jueves, 19 de junio de 2008

Contribuyendo a la confusión ya generalizada

Si creíamos que por ahí quedaba algún pequeño nivel de pensamiento crítico, al menos en cuanto a lo que tiene que ver con política, esta carta de Rubén Dri a mí me hace dudar seriamente de esa capacidad tan reconocida a la intelectualidad. Ya no entiendo absolutamente nada de esta situación, si alguien tiene un manual de macroeconomía bien pesado en su casa, por favor tírenmelo por la cabeza y mátenme de una vez. Saludos a todos.

El golpe está en marcha

Por Ruben Dri

El golpe está en marcha. Uno puede cerrar los ojos y negarlo, pero hoy no es posible dudar. 'Si nos quedamos acá tenemos que estar dispuestos a lo peor'; 'estamos en guerra'; 'esto es una revolución'. Son frases que jalonan los cortes de ruta motorizados por una derecha que sabe lo que quiere y una izquierda estúpida que cree que está haciendo la revolución.

Lo que está en marcha es efectivamente una 'revolución', pero una revolución conservadora neoliberal que quiere la anulación práctica del Estado, que de una u otra manera entorpece sus sucios y multimillonarios negocios. De parte del gobierno hay una parálisis sumamente peligrosa. Las acciones de ayer, el intento de abrir la ruta 14, no hicieron más que potenciar la marcha de la derecha golpista. Narra el evangelista Marcos que cuando Jesús llega con los militantes de su movimiento a la población de Betsaida le presentaron un ciego para que lo curase. Jesús 'después de mojarle los ojos con saliva, puso sus manos sobre él y le preguntó '¿Ves algo?', el ciego que empezaba a ver, dijo: 'Veo a los hombres como si fueran árboles que caminan''. Gran parte de la sociedad ve la marcha del golpe como si fuesen árboles que caminan.

Continúa la narración: 'Luego, le puso nuevamente la mano en los ojos y éste empezó a ver perfectamente y quedó sano, ya que de lejos veía claramente todas las cosas'. El verbo griego utilizado enéblepen, pretérito imperfecto de blépo, no significa sólo ver, sino ver críticamente. Todo el pasaje se refiere a la comunidad que debe abrir los ojos y comprender qué está sucediendo.

Una de las mentiras más perversas de las tantas con que la gran prensa nos inunda todos los días es la de la lucha de los 'pequeños productores' como si éstos actualmente estuviesen en la Federación Agraria, en la que, en realidad, están los rentistas, que mientras sus campos siguen produciendo pueden darse el lujo de pasar sus días en la ruta. Los pequeños productores están en otra parte, en el Mocase, en el Mocaflor, en el Mocaju, en el Mam, en una palabra en el Frente Nacional Campesino que debe luchar a brazo partido para que los que hoy cortan ruta no los despojen de sus campos. Éstos no podrían hacer un paro indefinido. Sólo los ricos lo pueden hacer.

Las luchas de clases nunca se presentan en estado puro. Las contradicciones atraviesan a los distintos bloques que continuamente se forman. Hoy hay con claridad dos bloques atravesados por multitud de contradicciones internas. El bloque de la derecha pretende, como dice la inefable Carrió, que expresa a todo el pueblo. Con claridad hay que decirlo: En ese bloque como en el otro hay múltiples contradicciones, pero su triunfo sería el triunfo del neoliberalismo con todo lo peor de su negra historia. Las múltiples contradicciones del otro bloque, especialmente la no ruptura de la estructura neoliberal, la no recuperación de los hidrocarburos, la política minera y otras yerbas hacen que no sea fácil acompañarlo en esta lucha. Pero no hay opciones. Si el golpe de derecha triunfa habremos retrocedido trágicamente y entonces, a todos los que se desentendieron habrá que decirles: ¡A llorar a la Iglesia!

Buenos Aires, 15 de junio de 2008

domingo, 15 de junio de 2008

Ruido de cacerolas y pensamientos sin filtro.

Un ruido metálico me perfora el el oído. Una molestía que resuena en la calle, al son de golpes de cacerolas con palos. Son tres viejas locas que se colocan en mitad de Av. Eva Perón, miran a los ojos a los conductores de los autos, agarran con fuerza el palo y golpean con intencidad. ¿Qué es lo que quieren? No pronuncias palabra alguna y levantan los brazos cuando algún vehículo toca la bocina al pasar. Si uno se les acerca y les pregunta por qué hacen un candombe, ellas dicen furiosamente: ¡Por el campo muchacho! Y yo la desprecio con todo el alma. Desde la sobervia aristocráica de un posible intelectual, las detesto. Molestan mi torre de marfil tan silenciosa y agradable. Las odio porque quieren sentirse sublimes. Piensan que realizan un acto trascendental, que se manifiestan por un ideal. Todas mentiras de mierda. No tienen la menor idea de lo que está pasando (y yo tampoco). No saben qué carajo es una retención, cómo funciona el régimen tributario, el estado económico y social del país, les chupa todo un huevo (como a mí). Pero se engañan a ellas mismas constantemente. Tal vez su vida es miserable y necesitan realizar actos con significados que sobrepasen su miseria, tal vez no. Tal vez le molesta no poder comer un churrasco de cuarril cuando ellas quieran. Tal vez le joden los peronistas a prior y encuentran una buena ocacion para demostrárselo a una gran manga de boludos que las están viendo por televisión al lado de la estufa (yo no miro televisión, pero tengo estufa). Las caracteriza el rasgo principal de ser seres ahistóricos, o lo que sería otra cosa, realizar juicios ahistóricos. Dicen cosas como: "Nunca se vió un gobierno que enfrente tan mal una situación como ésta", "Nunca se vió una manifestación tan enérgica como ésta, y un inaptitud del gobierno como el vigente", etc etc etc... bla bla bla... Y me espanta la sensación de que ellas son yo. De que todos somos viejas de mierda protestando por algo importante, que tomamos a la ligera.

martes, 3 de junio de 2008

Martín y Alicia

(Esbozo de un probable entre 8avo a 12avo capítulo de una posible novela)

Desde el portal de una casa, se escuchaba una voz que llamaba. Verónica se puso alegre de haber encontrado a Martín. En ese momento, ella necesitaba volver a conectarse con el mundo externo para llegar a una normalización. Ella no estaba hecha para trajes de luto, silencios, indiferencias, pastillas y ese repugnante olor a muerte. Gritó otra vez su nombre más fuerte que la vez anterior. En el pecho, se le enterró el temor de que él no llegara a escucharla y se vaya. No podía perder su soga de escape. Martín se dio vuelta y la reconoció.

- ¡Qué suerte que te encuentro! –dijo Verónica realizando una mueca que se hacía pasar por sonrisa.

- Ehh... Hola –dijo Martín mientras Verónica apoyaba su mano en su hombro y le daba un beso en la mejilla.

- ¿Qué haces a estas horas de la noche por acá?

Martín jugaba con sus manos detrás de la campera de jean. Era necesario un pequeño tiempo para comprender la nueva situación. La mente se acostumbra a un paradigma (¿kuhniano? No seamos tan exagerados) y se mueve dentro de él. En este caso, él permanecía concentrado en caminar, mirar el suelo y contar las baldosas. Esa era una vieja costumbre que quedo vigente en él, desde muy chico. Pero al aparecer Verónica, hubo un cambio de contexto, al cual le es menester un pequeño tiempo para ser asimilado.

- Me proponía a volver a casa pero no encuentro la parada del 44. Vengo desde el bar “Los Restos”, que está a tres cuadras de acá.

- Sí, Sí. –dijo Verónica- Lo conozco. ¿Frecuentas ir ahí?

- No, para nada. Me había invitado Mateo para entretenernos un poco esta noche, pero no fue la gran cosa. Me habría quedad en casa escuchando música-

- Pobrecito, mi Martín. –dijo en tono burlón mientras le acariciaba la mejilla derecha. Ella pensaba que él era afortunado. Desde hace tiempo, sus noches se encontraban vacías y tristes. Pero no es necesario explicitarlo, ni contarlo. Hablar sobre las miserias propias es de muy mala educación.

- Yo iba justo a comprar unas aspirinas y cigarrillos al kiosco. Me hallaba bastante apurada, porque yo vivo con una amiga, que últimamente no esta muy bien la pobre. Por eso, no me gusta dejarla sola ni un segundo. –miraba para abajo, enfocándose con precisión en las zapatillas de Martín. - ¿Vos, no me harías un favor?

- Supongo que sí. ¿Cuál? –dijo Marín.

- Quedate en mi casa y yo voy rápido a comprar las cosas. –dijo con una sonrisa- Después, cuando vuelva, preparó café y nos sentamos a charlar un rato.

- Bueno, como quieras.

- Toma las llaves. –Ella le entregó las llaves en la mano- Ya conoces mi casa. Ponete cómodo. Yo no voy a tardar mucho. Tené cuidado con el escalón del pasillo que a la noche casi ni se ve. En un rato vuelvo –explicó mientras se alejaba de él.

Martín se quedo viendo como Verónica se perdía de vista. Luego, miró las llaves que tenía apretadas en su mano derecha, vaciló, y se dirigió a la casa de Verónica. La puerta de entrada se encontraba en muy mal estado. Era de roble viejo y se destacaba por la gran cantidad de ralladuras, grietas, pintura salida y demás. Él pensaba que sería fácil romper la puerta de una patada y entrar. Sonrió. La escena le resultó divertida, porque la imagino en una perspectiva de película norteamericana. Puso la llave, deslizó la puerta e ingreso en el portal. Recorrió un pasillo antiguo que no tenía techo y estaba recubierto, solo en una parte, por una pequeña mediasombra. En los costados, se podía ver unas cinco plantas, marchitas y negras, que ya no se cuidabas desde hace tiempo. Martín se acordó que estaba un poco cansado, habría preferido no haberse topado con Verónica y seguir caminando. Abrió una segunda puerta. Titubeó en cruzar el umbral que daba al living. La habitación se sumergía en una luz opaca que no alcanzaba a cubrir toda la habitación. Ninguna lámpara estaba prendida, la luz provenía de la televisión que encendida dominaba la sala. Martín decidió sentarse en uno de los sillones de la sala, pero notó que alguien ya estaba sentado ahí. Era una mujer. Se notaba que era joven, parecía de menor edad que él. Tenía una tez muy pálida, unos ojos que se podrían suponer marrones pero no se distinguía bien porque estaban irritados y contenían un leve color rojo, unos labios finitos, un cuerpo delgado, y un pelo completamente negro. La chica lo estaba mirando pero de una manera extraña. No lo miraba a los ojos ni al rostro. Parecía no observar a ningún punto específico del cuarto. Tenía un aspecto de enferma. Ese momento incomodaba a Martín.

Alicia estaba dormida. Varios sueños aparecieron en su cabeza. Algo la torturaba demasiado, pero no puede recordar qué. Supone que era una imagen o una escena. Aunque lo intente no puede recordar. Todo es demasiado confuso. En la parte inferior de sus ojos había una pequeña humedad. “Lagrimas otra vez” pensó ella. De repente, nota la presencia de alguien. Escucha unos pasos. Esos pasos eran demasiado perturbadores. Sentía que la potencia del sonido era demasiado alta. Qué gran molestia le causaba esos ruidos entrometidos. Al principio pensó que era Verónica, pero luego se dio cuenta que sus pasos eran diferentes a los que estaba acostumbrada. Torció la cara para poder ver mejor. Logró distinguir una figura. Era un hombre. Él se mantenía alejado y muy cercano a las sombras. La perspectiva que visualizaba Alicia no le permitía distinguir los detalles de esa persona. Sólo podía contemplar su contorno y su brazo derecho, que lo iluminaba el destello de la televisión. Ella se concentró en las partes que podía distinguir. El brazo de esa persona era algo delgado que no llamaba su atención. En cambio, su mano empezó a interesarle. Era de un tamaño mediano, acercándose a pequeño. No llevaba ningún tipo de anillo o pulsera. Estaba desnuda y exhibiéndose a ella. Se dio cuenta que le gustaba esa mano y le parecía divertida. Algo interrumpió sus pensamientos. El muchacho rompió el silencio diciendo un “hola” en voz alta. A ella le molesto mucho su atrevimiento. No tenía ganas de hablar con una persona. Se sentía tranquila tratando con sólo imágenes que se movían pero no interactuaban.

No hubo ningún tipo de respuesta. Por lo menos, se esperaba alguna mueca o señal de vida. Cualquier cosa habría servido. Pero no. Ella jugaba a ser un objeto inerte. Parecía coquetear con el vacío y la nada. Justamente eso era, ella reflectaba algún fragmento de vacío y nada. Era difícil comprender que sentimientos sentía o que pensamientos pensaba. Uno podría decir que estaba triste, o en un profundo estado de melancolía. Sin embargo, su rostro sobre-pasaba o sub-pasaba lo que comúnmente se llama tristeza. Martín rodeó el espacio donde ella se ubicaba y, lentamente, se sentó en un sillón muy próximo a la televisión. De tanto en tanto, echaba alguna mirada y analizaba su flaco cuerpo desplomado en ese asiento. Aunque el mayor tiempo intentaba mirar el programa televisivo, él no podía dejar de sentir que la seguía observando sin necesidad de usar los ojos. Sus cavilaciones empezaban a dar diferentes conclusiones. Ya no se sentía incomodo con la presencia de Alicia. Eso era porque comprendió que esa muchacha se encontraba enterrada en lo más profundo de su individuo. Era por eso que no se lograba definir si estaba triste o contenta. Los sentimientos son siempre símbolos. Siempre están dirigidos a otras personas con el fin de retroalimentarse con la comprensión ajena. Pero Alicia no expresaba nada hacia el exterior. Todo lo contrario. Ella se encontraba encerrada en la profundidad de su interior. Un diálogo consigo misma talvez. O, quizás, un silencio absoluto entre ella y ella. Un sujeto separado de los demás sujetos. Un no-sujeto. “Esa mujer debe estar muerta” se dijo a sí mismo Martín. A lo lejos del pasillo, se escucharon golpes sobre la puerta. Martín apuró el paso a abrir y alejarse de un abismo que lo alcanzaba.

domingo, 1 de junio de 2008

Martín y Alicia.

Martín y Alicia. (Esbozo de un 1er capítulo de una posible novela)

Desencuentro

Alicia tiene un intenso deseo de correr a la calle. Imagina saltar el sillón, abrir la puerta y terminar con esta horrible situación. Un enorme cansancio le recorre por todo el cuerpo. En los ojos, las piernas y el estomago siente un sensación espantosa. Por adentro, piensa que debe tener un aspecto nauseabundo. Realmente, está agotada de todo. Se interroga a sí misma, ¿Por qué siguen actuando en este drama? Esto no debió ser así. Talvez, esto nunca tuvo que haber empezado, es absurdo seguir intentándolo. Y el dolor sigue ahí, activo y latente, en forma simultánea, pero a la vez dividido por un minúsculo lapso de tiempo. Alicia entiende que es culpable. Sin intención, Ella se conecto a él y ahora son uno. Su propio dolor, que sólo debería sentirlo ella porque es su cruz, lo esta sintiendo él. Esa idea la aterroriza. Si pudiera abrir la boca y decirle “Nunca quise que sintieras lo que yo siento.” Sin embargo, no puede. Cada segundo siente más la presencia de Martín, pero no simplemente en la habitación, sino en todo su ser. Otra vez la absorbe la idea de huir del cuarto; algo se lo impide. Ella misma decide quedarse, un rato más en el living, mirando al suelo. Sus ojos todavía húmedos, no se atreven a levantar la vista, tienen miedo que Martín la este mirando.

Martín se encuentra totalmente callado. Intenta comprender el absurdo significado de las palabras de Alicia. Pero no puede. Su concentración esta fijada en ella, que se encuentra llorando en el mismo lugar donde sacó a la superficie un oscuro pensamiento proveniente, quien sabe de qué lugar de su alma. En cierta forma Martín le parece sorprendente la situación. Su mundo, con eso se incluye todos los aspectos y esferas de su vida, va cayendo parte por parte, mientras el intenta refugiarse en algún lugar de él, algún refugio nuclear impenetrable donde no haya llegado Alicia. Pretende esconderse en su egocentrismo. Reflexiona sobre su vida familiar, en sus amigos, en la metafísica, en el quiosco de la esquina, pero ella esta ahí. El todo era ella. Todo-Alicia-en-mi-cabeza-en-mi-alma-sólo-dolor. Es como una presencia fantasmal que espera mirando. “¿Qué es lo que espera?” -dice para sus adentros. Esta situación no encaja de ninguna manera en un modelo de causalidad. Sin una explicación lógica, Martín recuerda el momento en que su mejor amigo Emiliano y él tenían 9 años. Corrían muy rápido para llegar a la plaza y asustar la gran cantidad de palomas que comían pan picado del piso.

De repente, una lágrima cae de la mejilla de Martín. Empieza en el párpado, recorre la mejilla hasta llegar a la pera e influenciada por la gravedad, cae en el piso y fin. Está muy cansado. Aunque su cuerpo no se movió ni un centímetro, él siente que viajo kilómetros. Con su poca energía restante llega a gritar: “Andate Alicia... ya no nos quedan finales felices”. Miró como ella volvía a largarse a llorar y salía corriendo a la calle. Pasa el umbral de la puerta, donde siempre pensaron que cuando estaban juntos, más allá de la puerta ya no existía nadie, solo ellos dos. Imaginaban que con su amor podían crear un mundo paralelo, el cual esté limitado estrictamente por esa puerta, y después de ella se encuentra un vació pleno de color blanco. Muy despacio, Martín saca un atado de su campera y se prende un cigarrillo. Se tira al piso y se queda observando el ventilador. Es la tercera vez, que pasa una situación como esta. Pero ésta, a diferencia de las otras, tiene algo diferente. Un aroma de muerte, una luz opaca, un color desteñido, una mirada nublada. “No va a volver” dice Martín, en voz alta, sabiendo que nadie lo escucha; “y yo no voy a ir a buscarla”.