viernes, 30 de mayo de 2008

En vida, la helada lobreguez, graba la marca de todas las cosas en el alma; y nos lleva en su cúmulo, al final con la perpetua afonía.

Ruina de las necesidades:
La helada caída hacia la duda
con la feroz escasez que acosa
lidiar entre una cosa y su burla.

Huir del fatigado huir:
Creemos en la desgarradora pena
de ser en vida lo que otro viviera
en su cúmulo de pulsiones ciegas.

El adiós es prisionero,
culpable de engañar la identidad.
Con los muros repletos del pretérito nacer,
y en los pasillos llenos de sol adentro,
algún alguien esta viendo
que aún siendo, no es más que provecho
del delirio florecido
de la lobreguez del ayer.

El acervo mentiroso de paz,
mentiroso de galimatías preñadas
con la muerte acechante,
con la deuda que castiga
y graba la marca ardiente del transcurrir.
Transcurrir colmado de desengaños,
de desilusiones,
de llanto, de risa
de triunfos,
y de todas las cosas que nos llevan
al final del sendero,
al frío y sólido choque,
al amargo sabor en el alma,
al coito con la perpetua afonía.

martes, 27 de mayo de 2008

Un gran reggae de Juan (y mi humilde aporte)

Viernes por la tarde.
Llueve por la tarde.
Tarde de viernes,
Viernes de la tarde,

Final de la tarde que se hace noche;
Noche del día, sábado es.

Amanecer de la noche del día;
domingo de la tarde
Esa que se hizo noche
De sábado y amanecer de lunes.
Sí, ya es lunes.
Sincronización perfecta,
Enigmática similitud.
Viajo en noche de viernes,
O sábado de tarde, o...

Es final, es principio.
El día en una semana
Y la semana en un día.

La Tarde en el banquillo

¿Qué es lo que esconde una tarde?

Respuestas no encuentro
Entre calores y humores gélidos
Entre posibles lluvias e inquisiciones
Nubes soltando una misma pregunta.

Hay una cifra que no comprendo.
La tarde vana no sufre
Traspasa su misterio de banalidades
/a mi simiente,
Que anota buscando el ocaso.

Cielonube
Cielonube

El Sol gana grados
Bajando el transportador;
El día carga horas
Sin cambiar la guardia con la noche.

¿Y qué será entonces
De la vieja metáfora?
La tarde tal vez sea, nomás,
Los caballos cansados del carro apolíneo.

Basta. Quiero salir del Tiempo
Volver a entrar en el crepúsculo
Entonces seguirme indagando
Pero sólo, entre tus brazos.

//Entretanto, las agujas y el reloj se complotan en las seis menos cuarto.//

domingo, 18 de mayo de 2008

Anoche

El tiempo es el mejor autor,
siempre encuentra un final perfecto.
Charles Chaplin
Todo azul. Mucha gente. La música estaba fuerte, haciendo que la gente se hable prácticamente por señas. “Vamos che, vamos”. Baje por unas escaleras que doblaron hacia la izquierda. En el descenso me encontré con un montón de personas que yacían a los laterales. No se veía nada, estaba muy oscuro; pero sin embargo, la ropa de las personas brillaba resplandecientemente. Una puerta al frente, al finalizar el pasillo en donde me encontré caminando. El aire helado me tumbo el rostro, no lo vi venir. La luz afuera era naranja, al igual que el tacho de basura que me estaba saludando muy efusivo a mi derecha.
El mundo se tomo vacaciones para un costado.
Las baldosas se moverían al escuchar nuestros pasos.
Fue en invierno. El día estaba en estado de coma, parecía no querer continuar más con la onda expansiva que no ha hecho otra cosa más que arrojarnos a la existencia. Caminaba yo por la vereda cubierto de mis ojos; el diarero estaba donde solía estar siempre. Era inesperado verlo ahí. Los autos en el río de asfalto no detenían su fluidez de ruido y gases. Giré mi cabeza para decirle que eran las cuatro y media y no estaba donde estuvo antes. Pero ¿qué esta pasando? Yo caminaba un poco mas rápido, y en esa carrera estaba como huyendo de algo. Pero no recuerdo de qué. A mi lado sentí una vos, “¿che, estas bien?”.
“Haber… no me acuerdo” pensé. Me saludó desde la distancia, parecía apurado; y salió corriendo. Al llegar a la esquina se subió a un colectivo.
¿Hace cuánto que estaba en movimiento mi cuerpo? Todo era como una rueda que escupe pintura hacia delante, y que detrás de ella no hay nada.
Cruzamos la Avenida Corrientes, estaba desierta. Me detuve entre las líneas peatonales a observar ese mundo, me tomaron del brazo y me sacaron de la calle. De haber seguido ahí, la avalancha me hubiese arrastrado a lo inevitable por siempre. Me encontré de nuevo en movimiento, a mi derecha: paredes de vidrio con rejas de todo tipo, muchas zapatillas, mucha ropa… ¿que estaba haciendo?
Me di cuenta de que no estaba solo, conmigo navegaban mas cuerpos que se estaban comunicando entre si. Intente buscarme, ¿que estaba haciendo? Mucho tiempo después entramos en un lugar oscuro, tenía árboles gigantescos, el suelo era de un polvo rojo, había más rejas; nos sentamos en los bancos que había por todos lados. Hacia vario tiempo que estaba tratando de entender lo que pasaba. Inclusive me afirme en el lugar donde mi cuerpo –no mi mente- se echo a tratar detenerse y tomar respiro. Los cuerpos seguían ahí y parecía que me conocían, pues, me hablaban de una forma que sugería eso. Y yo, escuchando, al mismo tiempo; no retenía lo suficiente los mensajes que me enviaban como para poder interpretar ese mensaje, y como consecuencia me desentendía del porque de la situación a cada minuto que pasaba.
***
Cigarros.
¿Donde estamos?
Una botella se posó sobre mi mano.
Creo que volvió a empezar mi memoria. O mas bien creo que volví a sentir el tiempo transcurrir en mi cuerpo. ¿La botella? Supe que era de cerveza cuando bebí el líquido que contenía. Fue un trago largo y desesperado el que di, estaba sediento como si hubiese viajado durante días por un desierto que conocía, pero que era la primera vez que se mostraba como tal. “Che me convidas una seca” dijo Maximiliano. Para sorpresa mía, me supe en una plaza; sentado en uno de los asientos de la hamaca que crujía con mis movimientos como diciéndome que era una hamaca y no un sillón. Fue entonces cuando comencé a hamacarme a una velocidad que aumentaba en cada vaivén. Las cosas a mi alrededor empezaron a garabatearse, sin embargo yo veía algo claramente en el cielo. Eran unas luces que simplemente estaban ahí, sin moverse.
Cambiaban de color constantemente, y era como si siguieran una escala: cada una tomaba el color de la anterior. Rojo, azul, verde, amarillo, violeta, naranja.
Son los colores que podía reconocer. La sucesión de colores aceleró su movimiento, los colores se transcurrían a una velocidad que cegaba mi vista. Era muy infrecuente. En un abrir y cerrar de parpados, las luces se volvieron de un blanco muy brillante. Comenzaron a moverse hacia la izquierda, cada vez más hacia la izquierda, con lo cual; ya me era difícil seguirles, puesto que en mi vaivén veloz no podía focalizar mi vista en ellas. “¡Che, nos vamos!” escuche. Una sensación de vértigo apresó a mi cuerpo. Era el vértigo mas profundo que había sentido, el estomago prácticamente me acariciaba la garganta debido, claro está, a la enorme aceleración que tenía sobre la hamaca. Sentía que me iba a salir despedido, y cuando me acordé de las luces y del tiempo que ya había pasado mientras pensaba esto, ya estaba fuera del vaivén centrifugo. No sé como hice para bajarme de la hamaca, pues no me acuerdo, hasta el día de hoy, cómo lo hice a esa velocidad, suponiendo que hubiese sido capaz de bajarme sin detenerme. Lo cierto es que una vez con los pies en la arena, los mire y estos estaban hundidos unos cuántos centímetros. Eso me llamó poderosamente la atención y entonces me puse a inspeccionar. Descubrí cosas maravillosas: cientos de hormigas caminaban muy deprisa por todo el lugar, la gran mayoría cargaba cosas en sus espaldas. Una hormiga se subió a mi pie derecho. Otra hormiga se subió por el talón. Cosquilleos picantes. ¿Qué pasa? Traté de mover mis pies, pero no podía, estaban más hundidos de lo que me imaginaba. Se debe haber debido a que caí de la hamaca con mucha fuerza y desde mucha altura. Ambos pies pesaban una tonelada cada uno, estaban, creo, entumecidos. Las hormigas comenzaron a copar mis ambos pies. Eran cada vez más, y era cada vez más certera la sensación de claustrofobia. Mis manos trataban, sacudiendo todo mi cuerpo, de ahuyentar a las miles de hormigas que me atacaban. Entre todos esos movimientos bruscos tratando de escapar de mis atacantes, quise mover uno de mis pies sin noción de su estado de entierro, lo que pasó es que fui a parar a la arena. Me abatí de costado, y vi un gran ejército rojo avanzando sobre mí. Claustrofobia por cuatro sentí en ese instante. El ataque masivo avanzó sobre puntos estratégicos fríamente seleccionados. En mi cara, en mi pecho, en mi bajo vientre, y por supuesto; en mis pies, sección que ya estaba tomada. Luché, luché con todo mi corazón revolcándome por la mayor extensión posible, con el objetivo de alejarme disimuladamente del lugar del ataque. No notaron mi estrategia, por suerte. Me sacudí con fervor, ciegamente, epilépticamente. Un tobogán extendió su pata delantera para brindarme ayuda, no la rechace, y gracias a ese muy buen aliado, pude elevarme por sobre el campo de batalla. Visualice el destrozo, la desolación. El arenal parecía Berlín después de la segunda gran guerra: los hombres caídos del ejército enemigo cubrían gran parte del lugar, se veían los surcos dejados por mi cuerpo en su abdicación.Subí las escaleras del tobogán para ver más desde arriba el panorama. Cuando me encontré en la cima, el vértigo me llamo por celular: “che, te estamos esperando en la esquina, dale que nos vamos”. ¿Cómo salir del monte frente al valle recién destruido? Me deslicé sobre su ladera para caer otra vez en el campo de batalla. Error garrafal. Allí estaban esperándome con una emboscada. Malditas. Salí corriendo despavorido. Me encontré con los pibes en la esquina y nos fuimos no sé adonde.
***
Por cuadras que parecían interminables estuvimos caminando hasta llegar a la casa de Teclas. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, pero llegamos exhaustos, sin una gota de saliva en la boca. Cuando por fin entramos a la casa, me arroje en el suelo. Comenzó a sonar un disco de Emerson, Lake and Palmer, creo que era Tarkus. Todo el lugar se desenvolvía acorde a la música. Parecía como que el tiempo, las cosas y lo que cada uno hacía; estaba todo motorizado por la música. Las notas entraban por mis oídos y describían en mi mente paisajes con una alta calidad de nitidez. Sentí euforia, terror, nostalgia.
Todas sensaciones inducidas por la profundidad de las notas, por la textura de las voces susurrándole a los sentidos. Impulsado por la inercia (tenía ganas de moverme, ya no estaba cansado), me levanté del suelo para ver el mundo que a mi alrededor se había configurado en un torrente de obstáculos que solo estaban ahí para ser evadidos. Mi vejiga llamo a mi cerebro. Pero ¿Dónde está el baño? No era la primera vez que iba a lo de Teclas, y como consecuencia tenía que saber dónde quedaba, no debía estar muy lejos; así que busqué con ímpetu en mi memoria y no encontré el mapa para ir al baño. Tampoco su casa era tan grande como para perderse. Más que una casa, era un departamento de dos ambientes. Al entrar por el precoz pasillo se salía al ambiente que era su corazón: cocina - living - comedor. Hacía la derecha, por otro pasillo precoz, te saludaba apenas te metías en él, la puerta del cuarto, que siempre tenía en su interior la cama sin armar. Al final del pasillo estaba la puerta del baño, con la entrada siempre oscura. Escapaban siempre por esa puerta ráfagas de aire que entraban por la ventanita sobre el lavarropas, generando chorros de viento que eran los únicos que aportaban oxigeno al departamento encerrado por todas partes. La puerta del baño nunca cerraba del todo, por que el alargue que llevaba corriente eléctrica a la computadora estaba enchufado justo en el cuadradito blanco que tenía el botón para encender la luz, y ésta figurita geométrica en la pared de azulejos se interponía en la línea imaginaria que recorre la puerta al momento de cerrarse. “Ahí esta, me acordé”; pensé mientras miraba a los chicos jugar la última mano de truco para entrar en las buenas. Emprendí la travesía para llegar al baño, primero tenía que saltarlo al Titán que estaba con la viola tocando no sé que cosa, después esquivar la silla que nadie está usando, mas adelante ya pude doblar hacia la derecha, quedaba el pasillo por delante. En el cuarto de Teclas estaban tocando el teclado Nicolás y Ñame acompañados por los atentos oídos de Maru y Camila. Seguí mi camino. La brisa, helada esta vez, que me escupió en la cara el baño, no me la esperaba; se me puso la piel de gallina. Me congelé en un segundo. Pude al fin ingresar al baño, tenía que orinar, no daba más. Pero en ese momento sentí náuseas. Un calor ardiente se levantó hacia la garganta desde el vientre, y me obligo a soltarlo sobre el inodoro. Me debilite totalmente hasta tener que arrodillarme frente al señor Pereyra. Me sentí otra vez muy agotado, mis ojos se querían cerrar, me costaba mover los brazos; todo mi cuerpo estaba transpirado como si hubiese jugado un picadito con treinta y ocho grados de temperatura. Palpé mi rostro, que estaba aún conmigo pero lo sentía frío y sudoroso. Me tranquilicé al notar que distinguía los colores y las formas que había a mí alrededor. Intente agarrar el rollo de papel higiénico que estaba al lado del cesto de ropa, pero al momento de tomarlo con mi mano, se escurrió entre mis dedos como si fuera yogurt. (Relojes, campanas. “Que buen tema”.) Me sorprendí por lo que le pasó al rollo, y volví a intentar tomarlo pero, pero, pero pasó de nuevo lo mismo…, se escurrió entre mis dedos. Grité profundamente indignado: “¡¡¿qué mierda te pasa rollo del orto?!!” y vi que estaba mucho más lejos de lo que yo creía. Refregué mis ojos para comprobar la distancia y ésta se hizo mucho más extensa. El rollo estaba ahora a dos leguas y se seguía alejando. Me resigné a perderlo, “después le digo al Teclas que el rollo se fue… lejos”. Me levanté con mucho esfuerzo para verme al espejo apoyándome en el lavamanos, una vez en esa posición, dirigí mi vista directamente a la imagen de mí en el vidrio. La imagen ésta no era yo, lo juro; porque tenía los ojos abiertos de par en par, guiñaba su ojo derecho a cada rato, abría la boca como si estuviera sorprendida o asustada, o tomando enormes bocanadas de aire para no ahogarse. Toque la nariz de la imagen, pero se doblo como si fuera de goma; extendí mi mano sobre todo el espejo, y ella (la imagen) se corrió para esquivarla y así seguir mirándome con esos ojos que ya me estaban asustando. “La puta madre” dije retrocediendo espantado, “tengo que salir de acá”; abrí la puerta del baño, el pasillo era ahora largísimo y al final, (“waaw”); se podía ver la computadora que estaba reproduciendo ya no lo de hace un rato, sino a Pink Floyd.
***
Me encontré solo, no había un alma en todo el departamento. No sé cuándo se habían ido todos, no sé cuando había llegado ahí. Estaban las botellas vacías, la computadora funcionaba con el monitor completamente muerto, por curiosidad levanté el tubo del teléfono, y solo escuche el silencio. Las persianas bajan reducían mi universo al perímetro que me circundaba, parecían una barrera infranqueable. Los cigarrillos habían sido abandonados a la mitad en sus ceniceros, las cartas de truco estaban todas en sus lugares de juego sobre la mesa. Miré algunas manos, creo que al Doctor le había tocado el ancho. Fui a inspeccionar el cuarto, “quizá hay alguien ahí”. Al asomar mi cabeza no divise a nadie, tuve temor de entrar porque no había luz en ese lugar, es decir; por más que encendiera la luz presionando el botón, no iba a encenderse nada, estaba quemada la bombita. Volví a la sala multifunción, me prendí un cigarro y me senté a escuchar a las cosas, acompañado por la cabeza del maniquí hermafrodita. Todo se volvió repleto de belleza, la luz era la adecuada, estaba percibiendo las esencias puras, el humo del cigarro danzaba por el aire tupido, lleno de espesor; que me abrazaba. (Era placer en el más alto grado, en el sentido más profundo, era como hacer el amor con alguien al cual se quiere con tanta profundidad, que solo degustar su cuerpo expresa y satisface todo lo que uno siente. Era la voz de esa mujer que salía por los parlantes de la computadora lo que me hacía sentir esas cosas tan intensas.) Le hice el amor a la música. Eso fue. Le hice el amor a la belleza de las cosas. Le hice el amor al lapso de tiempo en el cual fui más yo que nunca. El disco ya me hablaba con los últimos segundos de sus últimas frases y notas. Se estaba despidiendo, y su “chau”, fue el último latido de corazón al cuál le hizo reaccionar el tono chillón del teléfono. Me sobresalté de la silla y levanté el tubo con la bronca de que se haya acabado ese momento sin siquiera despedirse: “hola, ¿remiss?” me dijeron. Le respondí a la señora que me habló diciéndole que estaba equivocada: “esto no es una remisería, chau”. Tocaron el timbre, atendí y lo único que se escuchaba era a una persona gritando y que parecía estar haciéndolo desde la calle. “Tecla no está, salió no sé adonde, y se llevo la llave. Esperálo ahí en la puerta si querés, se habrá ido a comprar algo… ¿quién es?”.
***
¿Qué hora es? Recorro con mis manos los alrededores de mi cuerpo. Estoy sobre un colchón en el piso. A mi lado está Valeria. A mi derecha yace Nicolás que tiene su cabeza apoyada en la mesita de luz. Está todo oscuro y solo unos finísimos rayos de luz que se filtraban por la persiana permitían ver al ojo. El televisor estaba prendido. El Tecla duerme en su cama y al lado suyo está Flor. ¿”Cuándo llegaron estás chicas”? Hay mucha gente en el cuarto, gente que conozco y que no conozco. Me levanto y me doy un golpazo con el farol de luz colgante que seguía sin bombita. Siento una sensación de no saber qué paso afuera, quiero ver si está nublado, o si está despejado, si hay mucho sol; quiero saber si todo no ha desaparecido.
Por el color de los rayos de luz, parece que está despejado. Abro la persiana con mucho cuidado para no despertar a nadie y en el pequeño espacio que queda entre el marco de la ventana y la persiana, asome mis ojos, que quedaron segados por la claridad del día. Espero unos segundos para que pase la ceguera, y vuelvo a ver. Es muy tarde, deben ser fácilmente las dos. Está nublado, y por lo que muestra el aire, parece que hace calor. ¿Qué día es hoy? Algo me hace sentir que es fin de semana, un sábado…, me la juego. Algo llama mi atención, es la computadora que siguió encendida toda la noche. ¿Qué es? Uh, The Beatles, qué bueno. Es Abbey Road. Me pregunto cómo se verá mi rostro, me pregunto cómo es que estoy vivo aún, me pregunto qué es esta sensación de haber nacido de manera consciente, de recordar lo primero que vieron mis ojos, pero no lo ultimo antes de lo que ven hoy.

martes, 13 de mayo de 2008

El último hombre. El último traidor.

Salto de la ventana hacia el paraíso.
sigo los rastros del febo
anhelando que no se oculte.
Que me muestre su rostro sincero
y me acompañe con la gravedad.

Hombre perdido de la realidad,
hundido en la penumbra:
¿Qué te ha pasado?
Estás viejo del alma,
tus alas se rompieron.
¿Qué te ha ocurrido?
Miras el cielo azul de donde has caído
buscando las respuestas
a lo que te ha sucedido.
¡Qué! ¿Observas esa ventana?
Hombre,
en esa ventana el mundo es cruel
y despiadado.
en esa ventana
todo tiene precio.
No seas tonto,
no busques consuelo;
ni escarbes en el corazón del traidor
que en ti sin avisar apareció,
y que en los demás
sigue riendo.

No quieras ser más de lo que eres.
Arroja tu camuflaje hipócrita.
¿Acaso eres un vestido de cordero?
Hombre,
tu alma ennegrecida te saluda
en ese espejo sucio y manchado como vos.
Solo salta de la ventana hacia el paraíso
siguiendo los rayos del sol.

Yo puse interrogantes a mi vida
y la misma no supo darme respuestas.
Busque, aunque sea un grito tenue
que emanara de mi alma,
pero ya era tarde.
Intente recordar, pero fue en vano.
Solo salte de la ventana hacia el paraíso
Para buscar un oasis de "libertad"
lejos de la barbarie
y la miseria interior y social
En donde yo pueda bostezar.
Yo elegí un mal camino,
e ingerí cosas malas en mí.
Hombre, ¿ya aprendiste la lección?
La vida me dará su castigo,
por eso hoy que lloro, escribo
y me miro al espejo con emoción.
Solo salto de la ventana hacia el paraíso
siguiendo los rayos del sol
que por poco se ha hundido.
Luego: caer y caer,
me dije convencido.

Todo lo que fui,
todo lo que temo,
todo lo que tuve,
fue por mi primero.
Robusto el pecho,
hinchado, repleto.
Yo ya aprendí la lección
y ahogo el miedo eterno
en ésta, mi última oración.

Salto de la ventana hacia el paraíso.
sigo los rastros del febo
anhelando que no se oculte.
Que me muestre su rostro sincero.

Sobre la libertad.

La libertad, entendida en su dimensión social, no escapa de los cánones de tipificación al cual responden los individuos que la realizan. En este sentido, es una práctica socialmente realizable y racionalmente condicionada. Ahora bien, dado su condicionamiento, en su alcance extremo; la libertad no es aceptada, puesto que conspira contra los cánones que la forman. Por lo tanto esta libertad, entendida en su dimensión social, que se nos muestra como un objeto reducido y determinado; no es tal, o al menos no es la única forma.
La libertad es un término del lenguaje que, de acuerdo a cada estructura cultural, porta significados y esos significados son sus condiciones de posibilidad, su alcance causal. ¿Significa lo mismo ser libre en Francia, que ser libre en Nigeria?
Si bien la libertad en su dimensión social no es la única forma de hablar sobre ella, ¿existiría de no ser por la existencia de la realidad social, quiero decir: habría tal concepto? Es una pregunta que ataca al mismo corazón de la cuestión, porque se podría dar vuelta la pregunta: ¿existiría la realidad social de no existir la libertad? Por esto considero en primera instancia que la libertad es un concepto social, cuya naturaleza solo es concebible en tanto efectivizada como práctica por un individuo social que se desenvuelve en una realidad social.
Muchos dirían: la libertad es hacer lo que uno quiere, o poder pensar lo que se quiere, o; la libertad es no depender de nadie, o poder ir a todas partes, la libertad no es estar preso, ¿y la libertad no es la indefectible acción de hacer lo que uno quiere, o pensar lo que se quiera; o peder ir a todas partes, o querer no estar preso?
En estos límites, la libertad es muchas veces entendida coma la acción de elegir. Pero si es así, cada individuo esta obligado a actuar eligiendo. En consecuencia la libertad no es libertad, en el sentido de que la acción sea plenamente consciente y realizable a voluntad del sujeto, si no que es la obligación de elegir. Ese sería uno de los significados, pero es un significado que entra en tensión con los otros significados de la palabra, los significados vulgares. ¿Porque se nombra a la obligación de elegir con el nombre “libertad”, cuando ese nombre articula significados que no siempre responden a lo que nombra?
Los significados que enumeramos mas arriba demuestran que la libertad es solo concebible dentro de cánones sociales, y por eso es una práctica, o acción, o tarea; que solo es realizable en una realidad social. Se dijo, por ejemplo: “es hacer lo que uno quiere”. ¿Qué es hacer lo que uno quiere? Es, o bien no hacer siempre lo que uno tiene que hacer, o bien hacer lo que uno no puede hacer. ¿Y que es eso, sino lo que nuestras prácticas, nuestras tareas, no nos dejan hacer?
La libertad siempre es pensada en términos de prácticas sociales, de su no realización y de su penalización. Siempre, aunque que se haga lo que va completamente ajeno las prácticas sociales, ese hacer es una práctica social más. Basta solo con ser un “mendigo” para ya tener una práctica social que debe ser realizada. Entonces: o la libertad es la esperanza de hacer lo que no sea nuestras prácticas sociales, o es la realización de nuestras prácticas sociales.
El problema es si es posible siquiera imaginar el hacer lo que no sea nuestras prácticas sociales. Esto nos conduce a la arena de lo natural, es decir; a pensar al sujeto humano fuera del ámbito social. ¿En ese sentido, es posible ser libre en un ámbito tal? ¿Qué sería la libertad en dicho ámbito?
Si mantenemos lo dicho, y la libertad es la obligación de elegir, caemos en la cuenta de que hay una diferencia fundamental que se refiere al objeto de la elección. No es lo mismo elegir inmerso en una realidad social, a elegir en una realidad natural. Pero eso ¿afecta el significado mencionado de libertad?
A primera vista, en ambos ámbitos, la acción indefectible de elegir está presente. ¿Qué hay de los objetos de la elección? No son los mismos, no hay duda. Para buscar pistas podemos ir al sujeto que elige y ver si es el mismo en uno u otro ámbito. En primer lugar un sujeto pensado fuera de la realidad social ya no sería tal, sería un ente individual pensante. Y al no ser los mismos los objetos de la acción de elegir, el desenvolvimiento en lo que rodea es diferente. Por eso en un ámbito natural, la libertad ya nunca está siendo. La libertad carece de significados en dicho ámbito porque no están para ser realizadas las prácticas sociales que constituyen sus condiciones de posibilidad, y es en esas prácticas donde la libertad se realiza.
En consecuencia: la libertad, por ser un término del lenguaje y un concepto que pertenece a la representación de la realidad social, muestra que es una acción solamente realizable y existente en una realidad social establecida.
El ente individual pensante solo puede abarcar o entender un cierto conjunto de variables causales que son causa de sus acciones y un cierto conjunto de efectos, y eso es lo que llama “libertad”. Pero desconoce y le es completamente ajeno el conjunto infinito de variables causales que lo condicionan. ¿Pero debido a qué?
¿Cuál es la realización de la libertad? Las prácticas sociales que un sujeto social realiza en una realidad social. Ya dijimos que la no realización y la penalización juegan roles importantes en su realización efectiva. ¿Qué roles juega? De la no realización depende el hecho de ser libre. Si estamos obligados a ser libres, es decir; si no podemos ir en contra de la indefectible acción de elegir, entonces; si existiera la posibilidad de no actuar eligiendo ya no seriamos libres. En la realidad social se actúa eligiendo, pero no cualquier elección es considerada válida. Aquí entra en juego la penalización, que especifica los límites que tiene "el hecho indefectible de elegir" por parte de los sujetos sociales. La penalización es la moralización de acto de elegir, es la carga a nivel colectivo e individual, que porta cada sujeto en cada acción en la realidad social. En consecuencia, para ser libre, además de realizar efectivamente su acción de elegir, el sujeto social tiene que ser responsable de las elecciones. Esto es, la penalización con la que carga es tan densa que ninguna acción es libre de hacerse o no, porque dicha acción está, para ser realizada, implícita en una práctica con fines específicos. Por esto, la libertad es una práctica social que el sujeto realiza pero que, en tanto acción en sí, no controla plenamente. No es libre la acción en sí del sujeto, y tampoco la práctica que con esa acción se realiza.
Todas las acciones son prácticas sociales específicas que tienen, mas allá del sujeto; fines específicos. En la sociedad, los fines están implícitos, primero en las prácticas sociales y después en los sujetos que las realizan al elegirlas. Por eso es necesario que la responsabilidad sea la realización a nivel individual de la libertad.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Un poco de filosofía de martillo.

Nietzsche - Crepúsculo de los ídolos, "Los cuatro grandes errores". Cap. 8.

¿Cuál puede ser nuestra única doctrina? - Que al ser humano nadie le da sus propiedades, ni Dios, ni la sociedad, ni sus padres y antepasados, ni él mismo - el sinsentido de esta noción que aquí acabamos de rechazar ha sido enseñado como «libertad inteligible» por Kant, acaso ya también por Platón). Nadie es responsable de existir, de estar hecho de este o de aquel modo, de encontrarse en estas circunstancias, en este ambiente. La fatalidad de su ser no puede ser desligada de la fatalidad de todo lo que fue y será. El no es la consecuencia de una intención propia, de una voluntad, de una finalidad, con él no se hace el ensayo de alcanzar un «ideal de hombre» o un «ideal de felicidad» o un «ideal de moralidad», - es absurdo querer echar a rodar su ser hacia una finalidad cualquiera. Nosotros hemos inventado el concepto «finalidad»: en la realidad falta la finalidad... Se es necesario, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte del todo, se es en el todo, -no hay, nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues esto significaría juzgar, parar, condenar el todo... ¡Pero no hay nada fuera del todo! - Que no se haga ya responsable a nadie, que no sea lícito atribuir el modo de ser a una causa prima, que el mundo no sea una unidad ni como sensorium ni como «espíritu», sólo esto es la gran liberación - sólo con esto queda restablecida otra vez la inocencia del devenir... El concepto «Dios» ha sido has la gran objeción contra la existencia"... Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios: sólo así redimimos al mundo. -

viernes, 2 de mayo de 2008

Lo hay por fuera de la ventana de mi casa

Ésta es la historia. Salgo a la puerta de mi casa, llevando a los contenedores de basura 0 km. recientemente distribuidos por el Gobierno de la Ciudad mis bolsas de residuos. En una, lo reciclable: el diario viejo, la caja de algún juguete nuevo de mis hermanos, el empaque de la pizza que se pide por teléfono, el rollito del papel higiénico, revistas, papel en general, etc. Mi madre es puntillosa en esto, lo reciclable en su bolsa, lo orgánico en otra. Lo orgánico: las facturas de 3 o 4 días atrás, restos de guiso (se distingue el arroz con algo de salsa), chicles de mi hermana, cáscaras de banana, los tomates que a mi madre el verdulero le malvende diciéndole que están un "poquito maduritos, nomás", el bife duro de ayer que nadie se animó a comer por estar muy seco, etc.
En sí, todo bien mezclado. Lo común, lo normal, por ahora creo que no describo nada raro.

Levanto la tapa naranja de los reciclables (el frío aprieta mis pies enpantuflados; toda una elegancia se oculta detrás del uso del pijama) y suelto la bolsa. Levanto a continuación la tapa de los orgánicos. Alguien tiró algo indescriptiblemente maloliente en el contenedor. Suelto la bolsa, media vuelta para cruzar la calle, umbral y llave: casa. Entro en el papel de persona intramuros de nuevo, veo televisión, leo agún suplemento del diario que había leído antes. No serán las 6 de la tarde todavía.

Enfrente, adentro de la otra pantalla de televisión, afuera, hay un vagabundo, un clochard, un hombre. Tranquilo, enfundado en jirones de ropa bastante bien completos, mirando siempre adelante y abajo, alternando. Los pies con sandalias apenas, hinchados (les recuerdo el frío). Un changuito como para las compras, con un par de miles de kilómetros encima, aparte de varias pilas de cartón y papeles. Exterior, completamente ajeno, como esa otra Alina Reyes del puente de Budapest, en Lejana de Cortázar. Completamente no-yo.

A continuación, abriendo la tapa de los reciclables evalúa la situación de la oferta. Un palo de escoba sirve como herramienta exploradora. Saca varias cosas, deja otras (reconozco la caja de mi pizza). Ubica las adquisiciones en el chango. Mientras acomoda algunos diarios y revistas, algo retiene su atención: separa una revista del domingo y la apoya en el vértice del contenedor.
Abre la tapa del otro y examina nuevamente. Muchos vecinos se toman el trabajo de confundir sistemáticamente qué cosa va en cada contenedor. No por falta de información, ya que la leyenda que dice RECICLABLES/CARTÓN/PAPEL/VIDRIOS/PLÁSTICOS es bastante clara, por lo menos a mi entender.
Con el mismo palo de escoba revuelve hasta interesarse en algo: mi bolsa. Abre prolijamente un costado, desgarrando el plástico celeste, toma el envoltorio de la panadería donde compramos siempre facturas, el cual está bastante manchado de salsa, revisa y elige. Masticando, mira casi con timidez la revista de a momentos, alternando simultáneamente con el chango y el fondo del contenedor. Pasa un un par de páginas sin mucho interés, se detiene a leer alguna nota por encima.

Una nena pasa caminando con su mamá y se frena a mirarlo. Está hipnotizada, como todos los nenes. La madre, era de esperarse, tira de la mano de ella para que vuelva a arrancar; calculo que nunca supo porqué su hija se plantó unos segundos en la vereda, inmóvil.

Terminado de comer, el vagabundo de la ventana de mi casa revisa una vez más por las dudas. Toma la revista, la guarda en el chango y parte, supongo que en dirección a la protección de algún techo, porque el cielo está bastante nublado y el pronóstico ya habló de lluvia.

Y en mi casa maldicen el clima por no poder colgar la ropa limpia en la soga de la terraza.