domingo, 18 de mayo de 2008

Anoche

El tiempo es el mejor autor,
siempre encuentra un final perfecto.
Charles Chaplin
Todo azul. Mucha gente. La música estaba fuerte, haciendo que la gente se hable prácticamente por señas. “Vamos che, vamos”. Baje por unas escaleras que doblaron hacia la izquierda. En el descenso me encontré con un montón de personas que yacían a los laterales. No se veía nada, estaba muy oscuro; pero sin embargo, la ropa de las personas brillaba resplandecientemente. Una puerta al frente, al finalizar el pasillo en donde me encontré caminando. El aire helado me tumbo el rostro, no lo vi venir. La luz afuera era naranja, al igual que el tacho de basura que me estaba saludando muy efusivo a mi derecha.
El mundo se tomo vacaciones para un costado.
Las baldosas se moverían al escuchar nuestros pasos.
Fue en invierno. El día estaba en estado de coma, parecía no querer continuar más con la onda expansiva que no ha hecho otra cosa más que arrojarnos a la existencia. Caminaba yo por la vereda cubierto de mis ojos; el diarero estaba donde solía estar siempre. Era inesperado verlo ahí. Los autos en el río de asfalto no detenían su fluidez de ruido y gases. Giré mi cabeza para decirle que eran las cuatro y media y no estaba donde estuvo antes. Pero ¿qué esta pasando? Yo caminaba un poco mas rápido, y en esa carrera estaba como huyendo de algo. Pero no recuerdo de qué. A mi lado sentí una vos, “¿che, estas bien?”.
“Haber… no me acuerdo” pensé. Me saludó desde la distancia, parecía apurado; y salió corriendo. Al llegar a la esquina se subió a un colectivo.
¿Hace cuánto que estaba en movimiento mi cuerpo? Todo era como una rueda que escupe pintura hacia delante, y que detrás de ella no hay nada.
Cruzamos la Avenida Corrientes, estaba desierta. Me detuve entre las líneas peatonales a observar ese mundo, me tomaron del brazo y me sacaron de la calle. De haber seguido ahí, la avalancha me hubiese arrastrado a lo inevitable por siempre. Me encontré de nuevo en movimiento, a mi derecha: paredes de vidrio con rejas de todo tipo, muchas zapatillas, mucha ropa… ¿que estaba haciendo?
Me di cuenta de que no estaba solo, conmigo navegaban mas cuerpos que se estaban comunicando entre si. Intente buscarme, ¿que estaba haciendo? Mucho tiempo después entramos en un lugar oscuro, tenía árboles gigantescos, el suelo era de un polvo rojo, había más rejas; nos sentamos en los bancos que había por todos lados. Hacia vario tiempo que estaba tratando de entender lo que pasaba. Inclusive me afirme en el lugar donde mi cuerpo –no mi mente- se echo a tratar detenerse y tomar respiro. Los cuerpos seguían ahí y parecía que me conocían, pues, me hablaban de una forma que sugería eso. Y yo, escuchando, al mismo tiempo; no retenía lo suficiente los mensajes que me enviaban como para poder interpretar ese mensaje, y como consecuencia me desentendía del porque de la situación a cada minuto que pasaba.
***
Cigarros.
¿Donde estamos?
Una botella se posó sobre mi mano.
Creo que volvió a empezar mi memoria. O mas bien creo que volví a sentir el tiempo transcurrir en mi cuerpo. ¿La botella? Supe que era de cerveza cuando bebí el líquido que contenía. Fue un trago largo y desesperado el que di, estaba sediento como si hubiese viajado durante días por un desierto que conocía, pero que era la primera vez que se mostraba como tal. “Che me convidas una seca” dijo Maximiliano. Para sorpresa mía, me supe en una plaza; sentado en uno de los asientos de la hamaca que crujía con mis movimientos como diciéndome que era una hamaca y no un sillón. Fue entonces cuando comencé a hamacarme a una velocidad que aumentaba en cada vaivén. Las cosas a mi alrededor empezaron a garabatearse, sin embargo yo veía algo claramente en el cielo. Eran unas luces que simplemente estaban ahí, sin moverse.
Cambiaban de color constantemente, y era como si siguieran una escala: cada una tomaba el color de la anterior. Rojo, azul, verde, amarillo, violeta, naranja.
Son los colores que podía reconocer. La sucesión de colores aceleró su movimiento, los colores se transcurrían a una velocidad que cegaba mi vista. Era muy infrecuente. En un abrir y cerrar de parpados, las luces se volvieron de un blanco muy brillante. Comenzaron a moverse hacia la izquierda, cada vez más hacia la izquierda, con lo cual; ya me era difícil seguirles, puesto que en mi vaivén veloz no podía focalizar mi vista en ellas. “¡Che, nos vamos!” escuche. Una sensación de vértigo apresó a mi cuerpo. Era el vértigo mas profundo que había sentido, el estomago prácticamente me acariciaba la garganta debido, claro está, a la enorme aceleración que tenía sobre la hamaca. Sentía que me iba a salir despedido, y cuando me acordé de las luces y del tiempo que ya había pasado mientras pensaba esto, ya estaba fuera del vaivén centrifugo. No sé como hice para bajarme de la hamaca, pues no me acuerdo, hasta el día de hoy, cómo lo hice a esa velocidad, suponiendo que hubiese sido capaz de bajarme sin detenerme. Lo cierto es que una vez con los pies en la arena, los mire y estos estaban hundidos unos cuántos centímetros. Eso me llamó poderosamente la atención y entonces me puse a inspeccionar. Descubrí cosas maravillosas: cientos de hormigas caminaban muy deprisa por todo el lugar, la gran mayoría cargaba cosas en sus espaldas. Una hormiga se subió a mi pie derecho. Otra hormiga se subió por el talón. Cosquilleos picantes. ¿Qué pasa? Traté de mover mis pies, pero no podía, estaban más hundidos de lo que me imaginaba. Se debe haber debido a que caí de la hamaca con mucha fuerza y desde mucha altura. Ambos pies pesaban una tonelada cada uno, estaban, creo, entumecidos. Las hormigas comenzaron a copar mis ambos pies. Eran cada vez más, y era cada vez más certera la sensación de claustrofobia. Mis manos trataban, sacudiendo todo mi cuerpo, de ahuyentar a las miles de hormigas que me atacaban. Entre todos esos movimientos bruscos tratando de escapar de mis atacantes, quise mover uno de mis pies sin noción de su estado de entierro, lo que pasó es que fui a parar a la arena. Me abatí de costado, y vi un gran ejército rojo avanzando sobre mí. Claustrofobia por cuatro sentí en ese instante. El ataque masivo avanzó sobre puntos estratégicos fríamente seleccionados. En mi cara, en mi pecho, en mi bajo vientre, y por supuesto; en mis pies, sección que ya estaba tomada. Luché, luché con todo mi corazón revolcándome por la mayor extensión posible, con el objetivo de alejarme disimuladamente del lugar del ataque. No notaron mi estrategia, por suerte. Me sacudí con fervor, ciegamente, epilépticamente. Un tobogán extendió su pata delantera para brindarme ayuda, no la rechace, y gracias a ese muy buen aliado, pude elevarme por sobre el campo de batalla. Visualice el destrozo, la desolación. El arenal parecía Berlín después de la segunda gran guerra: los hombres caídos del ejército enemigo cubrían gran parte del lugar, se veían los surcos dejados por mi cuerpo en su abdicación.Subí las escaleras del tobogán para ver más desde arriba el panorama. Cuando me encontré en la cima, el vértigo me llamo por celular: “che, te estamos esperando en la esquina, dale que nos vamos”. ¿Cómo salir del monte frente al valle recién destruido? Me deslicé sobre su ladera para caer otra vez en el campo de batalla. Error garrafal. Allí estaban esperándome con una emboscada. Malditas. Salí corriendo despavorido. Me encontré con los pibes en la esquina y nos fuimos no sé adonde.
***
Por cuadras que parecían interminables estuvimos caminando hasta llegar a la casa de Teclas. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, pero llegamos exhaustos, sin una gota de saliva en la boca. Cuando por fin entramos a la casa, me arroje en el suelo. Comenzó a sonar un disco de Emerson, Lake and Palmer, creo que era Tarkus. Todo el lugar se desenvolvía acorde a la música. Parecía como que el tiempo, las cosas y lo que cada uno hacía; estaba todo motorizado por la música. Las notas entraban por mis oídos y describían en mi mente paisajes con una alta calidad de nitidez. Sentí euforia, terror, nostalgia.
Todas sensaciones inducidas por la profundidad de las notas, por la textura de las voces susurrándole a los sentidos. Impulsado por la inercia (tenía ganas de moverme, ya no estaba cansado), me levanté del suelo para ver el mundo que a mi alrededor se había configurado en un torrente de obstáculos que solo estaban ahí para ser evadidos. Mi vejiga llamo a mi cerebro. Pero ¿Dónde está el baño? No era la primera vez que iba a lo de Teclas, y como consecuencia tenía que saber dónde quedaba, no debía estar muy lejos; así que busqué con ímpetu en mi memoria y no encontré el mapa para ir al baño. Tampoco su casa era tan grande como para perderse. Más que una casa, era un departamento de dos ambientes. Al entrar por el precoz pasillo se salía al ambiente que era su corazón: cocina - living - comedor. Hacía la derecha, por otro pasillo precoz, te saludaba apenas te metías en él, la puerta del cuarto, que siempre tenía en su interior la cama sin armar. Al final del pasillo estaba la puerta del baño, con la entrada siempre oscura. Escapaban siempre por esa puerta ráfagas de aire que entraban por la ventanita sobre el lavarropas, generando chorros de viento que eran los únicos que aportaban oxigeno al departamento encerrado por todas partes. La puerta del baño nunca cerraba del todo, por que el alargue que llevaba corriente eléctrica a la computadora estaba enchufado justo en el cuadradito blanco que tenía el botón para encender la luz, y ésta figurita geométrica en la pared de azulejos se interponía en la línea imaginaria que recorre la puerta al momento de cerrarse. “Ahí esta, me acordé”; pensé mientras miraba a los chicos jugar la última mano de truco para entrar en las buenas. Emprendí la travesía para llegar al baño, primero tenía que saltarlo al Titán que estaba con la viola tocando no sé que cosa, después esquivar la silla que nadie está usando, mas adelante ya pude doblar hacia la derecha, quedaba el pasillo por delante. En el cuarto de Teclas estaban tocando el teclado Nicolás y Ñame acompañados por los atentos oídos de Maru y Camila. Seguí mi camino. La brisa, helada esta vez, que me escupió en la cara el baño, no me la esperaba; se me puso la piel de gallina. Me congelé en un segundo. Pude al fin ingresar al baño, tenía que orinar, no daba más. Pero en ese momento sentí náuseas. Un calor ardiente se levantó hacia la garganta desde el vientre, y me obligo a soltarlo sobre el inodoro. Me debilite totalmente hasta tener que arrodillarme frente al señor Pereyra. Me sentí otra vez muy agotado, mis ojos se querían cerrar, me costaba mover los brazos; todo mi cuerpo estaba transpirado como si hubiese jugado un picadito con treinta y ocho grados de temperatura. Palpé mi rostro, que estaba aún conmigo pero lo sentía frío y sudoroso. Me tranquilicé al notar que distinguía los colores y las formas que había a mí alrededor. Intente agarrar el rollo de papel higiénico que estaba al lado del cesto de ropa, pero al momento de tomarlo con mi mano, se escurrió entre mis dedos como si fuera yogurt. (Relojes, campanas. “Que buen tema”.) Me sorprendí por lo que le pasó al rollo, y volví a intentar tomarlo pero, pero, pero pasó de nuevo lo mismo…, se escurrió entre mis dedos. Grité profundamente indignado: “¡¡¿qué mierda te pasa rollo del orto?!!” y vi que estaba mucho más lejos de lo que yo creía. Refregué mis ojos para comprobar la distancia y ésta se hizo mucho más extensa. El rollo estaba ahora a dos leguas y se seguía alejando. Me resigné a perderlo, “después le digo al Teclas que el rollo se fue… lejos”. Me levanté con mucho esfuerzo para verme al espejo apoyándome en el lavamanos, una vez en esa posición, dirigí mi vista directamente a la imagen de mí en el vidrio. La imagen ésta no era yo, lo juro; porque tenía los ojos abiertos de par en par, guiñaba su ojo derecho a cada rato, abría la boca como si estuviera sorprendida o asustada, o tomando enormes bocanadas de aire para no ahogarse. Toque la nariz de la imagen, pero se doblo como si fuera de goma; extendí mi mano sobre todo el espejo, y ella (la imagen) se corrió para esquivarla y así seguir mirándome con esos ojos que ya me estaban asustando. “La puta madre” dije retrocediendo espantado, “tengo que salir de acá”; abrí la puerta del baño, el pasillo era ahora largísimo y al final, (“waaw”); se podía ver la computadora que estaba reproduciendo ya no lo de hace un rato, sino a Pink Floyd.
***
Me encontré solo, no había un alma en todo el departamento. No sé cuándo se habían ido todos, no sé cuando había llegado ahí. Estaban las botellas vacías, la computadora funcionaba con el monitor completamente muerto, por curiosidad levanté el tubo del teléfono, y solo escuche el silencio. Las persianas bajan reducían mi universo al perímetro que me circundaba, parecían una barrera infranqueable. Los cigarrillos habían sido abandonados a la mitad en sus ceniceros, las cartas de truco estaban todas en sus lugares de juego sobre la mesa. Miré algunas manos, creo que al Doctor le había tocado el ancho. Fui a inspeccionar el cuarto, “quizá hay alguien ahí”. Al asomar mi cabeza no divise a nadie, tuve temor de entrar porque no había luz en ese lugar, es decir; por más que encendiera la luz presionando el botón, no iba a encenderse nada, estaba quemada la bombita. Volví a la sala multifunción, me prendí un cigarro y me senté a escuchar a las cosas, acompañado por la cabeza del maniquí hermafrodita. Todo se volvió repleto de belleza, la luz era la adecuada, estaba percibiendo las esencias puras, el humo del cigarro danzaba por el aire tupido, lleno de espesor; que me abrazaba. (Era placer en el más alto grado, en el sentido más profundo, era como hacer el amor con alguien al cual se quiere con tanta profundidad, que solo degustar su cuerpo expresa y satisface todo lo que uno siente. Era la voz de esa mujer que salía por los parlantes de la computadora lo que me hacía sentir esas cosas tan intensas.) Le hice el amor a la música. Eso fue. Le hice el amor a la belleza de las cosas. Le hice el amor al lapso de tiempo en el cual fui más yo que nunca. El disco ya me hablaba con los últimos segundos de sus últimas frases y notas. Se estaba despidiendo, y su “chau”, fue el último latido de corazón al cuál le hizo reaccionar el tono chillón del teléfono. Me sobresalté de la silla y levanté el tubo con la bronca de que se haya acabado ese momento sin siquiera despedirse: “hola, ¿remiss?” me dijeron. Le respondí a la señora que me habló diciéndole que estaba equivocada: “esto no es una remisería, chau”. Tocaron el timbre, atendí y lo único que se escuchaba era a una persona gritando y que parecía estar haciéndolo desde la calle. “Tecla no está, salió no sé adonde, y se llevo la llave. Esperálo ahí en la puerta si querés, se habrá ido a comprar algo… ¿quién es?”.
***
¿Qué hora es? Recorro con mis manos los alrededores de mi cuerpo. Estoy sobre un colchón en el piso. A mi lado está Valeria. A mi derecha yace Nicolás que tiene su cabeza apoyada en la mesita de luz. Está todo oscuro y solo unos finísimos rayos de luz que se filtraban por la persiana permitían ver al ojo. El televisor estaba prendido. El Tecla duerme en su cama y al lado suyo está Flor. ¿”Cuándo llegaron estás chicas”? Hay mucha gente en el cuarto, gente que conozco y que no conozco. Me levanto y me doy un golpazo con el farol de luz colgante que seguía sin bombita. Siento una sensación de no saber qué paso afuera, quiero ver si está nublado, o si está despejado, si hay mucho sol; quiero saber si todo no ha desaparecido.
Por el color de los rayos de luz, parece que está despejado. Abro la persiana con mucho cuidado para no despertar a nadie y en el pequeño espacio que queda entre el marco de la ventana y la persiana, asome mis ojos, que quedaron segados por la claridad del día. Espero unos segundos para que pase la ceguera, y vuelvo a ver. Es muy tarde, deben ser fácilmente las dos. Está nublado, y por lo que muestra el aire, parece que hace calor. ¿Qué día es hoy? Algo me hace sentir que es fin de semana, un sábado…, me la juego. Algo llama mi atención, es la computadora que siguió encendida toda la noche. ¿Qué es? Uh, The Beatles, qué bueno. Es Abbey Road. Me pregunto cómo se verá mi rostro, me pregunto cómo es que estoy vivo aún, me pregunto qué es esta sensación de haber nacido de manera consciente, de recordar lo primero que vieron mis ojos, pero no lo ultimo antes de lo que ven hoy.

2 comentarios:

Seba dijo...

Juan:

Dentro del poco tiempo de análisis que tengo para tu cuento (Kant en persona está corriéndome con un hacha que dice DEBER en su filo) quiero decirte que me deslumbra. Tal vez la parcialidad de haber escuchado la historia directamente de boca tuya la hace más espectacular, pero empujás al lector a meterse adentro de la primera persona, a sufrir las hormigas, el viento y el vómito. Realismo mágico a morir, creo que es una gran muestra de tu vasta capacidad de describir, necesario e irremplazable tópico para la literatura. Genial.

P.D.: No seas amigo de las fuerzas de seguridad nacional y venite el sábado al depto. esquizofrénico-paranoico.

Sailor V dijo...

Uff...
Hoy hay MUCHO que decir (y va a haber mucho más ya que hoy Sofi no va a la facu porque se puso la máscara de Rebelión y no va nada).
Antes que nada, Juan, te voy a citar unas frases que produjeron cierto efecto en mí:

1) ¿Hace cuánto que estaba en movimiento mi cuerpo?

Esta va porque (ya les conté) últimamente me viene pasando eso mismo: verme desde afuera, ver hacia adelante pero desde atrás, y de repente encontrarme subida a un colectivo y no saber cómo llegué ahí, porque no estuve sintiendo mi cuerpo en toda esa acción del "subir". Es solo un ejemplo.

2) “¡¡¿qué mierda te pasa rollo del orto?!!”

Bueno. No hay mucho aca... sólo que me reí con ganas mientras lo leía (VA RISA QUE NO SE PUEDE EXPRESAR POR ESTE MEDIO).

3)Le hice el amor al lapso de tiempo en el cual fui más yo que nunca.

Este es sólo un fragmento, pero toda esa idea en sí... la entiendo. Y me encantó cómo la plasmaste.

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Observaciones finales:
Creo que ahora me doy una idea del célebre concepto de Juan, denominado "Caravanear".
Me gusta el dejo de absurdo y, obviamente, como bien dijo Sebas, el realismo mágico que se desparrama sin fin entre las comas y puntos de tu relato.

Te felicito Juanceteeee!!
Bueno, les dejo mi blog.
Uf... preparense para ver a una Sofi cursi y cero filosofíca-objetiva.

Besos