viernes, 5 de septiembre de 2008

La reciprocidad constituyente

La relación entre el pensamiento y sus objetos ha sido arduamente tratada a lo largo de la historia, y en consecuencia, ha sido tal relación, determinante con respecto a la forma que tenemos de comprender las cosas. ¿En qué sentido ha sido determinante? En el sentido de que ante tal o cual objeto de pensamiento real-izado, tal o cual manera de conocerlo se instituirá para estudiarlo. Pues, por ejemplo la filosofía, en tanto acción de pensamiento más acabada, más representante de la naturaleza misma del pensar, tiene una relación reciproca intrínseca con el objeto que concibe, que real-iza, para llevarse a cabo a sí misma. Ahora bien, todos los objetos del pensamiento son construcciones conceptuales que poseen un fin específico: concebir. Lo primero que se me viene a la mente es preguntarme por el porqué de esto. ¿Por qué concebir? Esta pregunta nos lleva a tener que plantearnos que si hay una razón por la cual concebir, sensato sería saber cuál sería ésta. Y si es posible saber cuál sería ésta, la pregunta subsiguiente sería, en qué, o en dónde, está ésta razón que nos permitiría explicar el porqué del fin del pensamiento.
Para comenzar a responder estos interrogantes partiremos de la consideración de la palabra “concebir”. Es una acción, y si es una acción, es la acción que realiza un sujeto. Por lo tanto, podemos apostar a que esto a lo que nos referimos como fin del pensamiento, es un acto de concebir realizado por un sujeto. Así que, la pregunta por el en qué o el en dónde que nos planteamos más arriba, ya tiene una prematura respuesta: en el sujeto se da el porqué del acto de concebir. Qué es el sujeto y en dónde dentro del sujeto se da el acto de concebir son temas que deberán ser tratados a su debido tiempo. Sin embargo, aún no hemos aclarado estrictamente el porqué del acto de concebir, cuál es su razón de ser. Volvamos, entonces, al sujeto que descubrimos como el ámbito en el cuál se da el acto de concebir. ¿Porqué un sujeto tendría que concebir, es decir, realizar el acto de concebir? A primera vista, las respuestas pueden parecer insuficientes, confusas, e innumerables. Pero tenemos que tomar un camino para poder aclarar lo que nos hemos propuesto aunque todavía no sepamos qué es precisamente.

Habíamos dicho que el sujeto realiza el acto de concebir. ¿Qué alcance de significado tiene este sujeto, es aplicable, por ejemplo, a una persona; o a otra cosa?
Supongamos que este sujeto existe, es decir, que es, que es una entidad efectiva. También supongamos que tiene razón, o sea, que es un sujeto pensante, un ente pensante. Por último, ya que es un sujeto, concordemos en que es individual. Hemos, de esta manera, construido nuestro objeto de análisis: un ente individual pensante. Así podemos pensar que actúa nuestro pensamiento a la hora de concebir. ¿Pero porqué construimos este objeto? Lo construimos porque queremos responder una pregunta que nos hemos formulado. Y si queremos, significa que deseamos, y si deseamos significa que necesitamos satisfacer ese deseo. Y si necesitamos satisfacer ese deseo, significa que ya no es un deseo asilado, esto es, un anhelo, que puede no ser satisfecho por voluntad quedando recluido en la subjetividad, sino que es una necesidad, que estrictamente también puede no ser satisfecha por voluntad, pero en ese caso ya no sería una auténtica necesidad, porque una necesidad debe ser satisfecha para que se justifique su existencia, y para que se pueda seguir sintiendo otras necesidades, ya que de lo contrario, aquél sujeto que es (ente) individual y pensante caería en la única acción que puede concebir, pero que no puede hacer jamás: la inacción absoluta. Entonces, hemos construido nuestro objeto de estudio por necesidad, esto es, sentimos una necesidad (responder una pregunta que surgió en nuestro pensamiento), y la posibilidad de satisfacerla ya estaba en la misma necesidad por definición. ¿Cómo pudimos satisfacerla entonces? Real-izando un objeto de pensamiento, o sea, construyendo, concibiendo, un objeto pasible de satisfacer nuestra necesidad, ya que si hubiésemos construido otro objeto, puede que no hayamos podido responder, es decir, satisfacer, la necesidad que sentimos.
Bien, ya sabemos el porqué del acto de concebir. Con lo dicho, podemos decir que el objeto del acto de concebir está en estrecha relación con los intereses del individuo que lo real-iza, y a su vez, el individuo mismo está inmerso en el conjunto de intereses que la sociedad como un todo individual posee. ¿Pero qué es este interés? No es otra cosa que una necesidad. Cada conjunto o cúmulo de seres humanos posee un interés que (si bien cada sujeto individual tiene los suyos) se manifiesta como una necesidad. Y las necesidades dependen de su objeto para ser tales. Una necesidad que no puede ser satisfecha no es una necesidad, es un enigma de conocimiento en tanto objeto que debe ser real-izado. Es decir que, la satisfacción de una necesidad está en relación con el individuo que la concibe y con el algo que la satisface, a esto le llamo reciprocidad, y esa reciprocidad es el constituyente fundamental del acto de ser. Ahora bien, ese algo que satisface a la necesidad es un objeto concebido, es decir: es un producto del pensamiento constituido en objeto, un producto del acto de concebir. Pero, ¿existe? Preguntar por el hecho de existir, es en sí mismo, otro objeto del pensamiento. Y aquí se ve ilustrado qué se quiere con esta pregunta y su ulterior respuesta. Esta pregunta es una acción realizada en el pensamiento y articulada por el lenguaje, pero más allá de eso, es una necesidad. ¿De qué? De concebir la existencia. ¿Para qué? Para satisfacer la necesidad de asumirnos como tales, es decir como algo existente; y sobre la confirmación de nuestra existencia, suponer que los objetos del pensamiento existen objetivamente, fuera de éste.
Aquí podemos ya empezar a vislumbrar la relación de reciprocidad constituyente. ¿Existe una existencia ontológicamente trascendente al pensamiento? ¿Hay algo fuera del ente individual pensante? Antes mencionamos a la necesidad y al hecho de sentirla; y al parecer, del hecho de sentirla se hace posible satisfacerla. ¿Se podría satisfacer una necesidad si no se la “siente”? ¿Qué significa entonces sentirla? Sentirla es, de alguna manera, concebirla. El ente individual pensante si no es “conciente” de que siente necesidades nunca podrá satisfacerlas, caería de esa forma, también en la inacción absoluta. Pero si el sentir es concebir, estamos ante un problema fenomenológico, en donde la necesidad depende de ser sentida para poder ser satisfecha, y depende de ser sentida por el ente individual pensante que real-iza aquel objeto pasible de satisfacer la necesidad.

Pisemos un suelo. Sentir es percibir. Y si estamos diciendo que la necesidad del EIP depende de ser sentida para ser satisfecha, ¿en qué medida sentirla o no sentirla afecta a su existencia? ¿Si ser es ser percibido, cómo es posible que todas las cosas existan como fenómenos?
Ante estas dudas, ante estas nuevas necesidades que concebimos, solo queda, otra vez, construir el objeto que ha de ser pasible de satisfacerlas.
Empecemos por considerar que ser un ente fenoménico expresa una relación ontológica que define la manera en que las entidades son y porqué al ser existen. Ahora bien, el hecho de existir no conlleva la existencia efectiva, positiva, “real”; porque al afirmar que las entidades para el EIP son fenómenos, nos lleva a concluir que los entes existen en tanto son percibidos solo como productos del acto de concebir, esto es; las entidades son porque son concebidas como entes pasibles de ser percibidos, de lo contrario no se podría siquiera pensarlas; y solo de esa menara existen efectivamente. Con lo cuál, el EIP para concebir debe percibir y para percibir debe concebir.
Pero tratemos de ser más profundos, para ver cuánto de profundidad tiene esta fosa, o hasta dónde podemos penetrar. ¿Existe el EIP? ¿Y si existe, qué es lo que hace que exista? Podría pasar lo mismo que pasaba con la necesidad: del hecho de sentir el EIP su existencia, puede depender que exista efectivamente. ¿Es cierto esto? Ser es una acción, percibir es otra acción, y todas las acciones son de un algo o en relación a algo. Ser-percibido, entonces, compromete dos partes que indefectiblemente constituyen una relación, las dos partes son dos cosas que actuando son lo que son involucradas juntas en el acto de ser, y solo de esta manera conforman la existencia, debido a que ambas por separado no existirían ya que no actuarían para poder ser. Es decir, actuarían en relación a nada, serían pura inacción. Algo que es, existe siempre y cuando pueda ser en tanto percibido, siempre y cuando pueda actuar para poder participar del acto de ser, y así existir, pero para ser percibido debe ser concebido como ente pasible de ser percibido. Entonces hay una condición de posibilidad que está implícita en esta relación que es el acto de ser. ¿De qué o quién depende lo que se percibe, y de qué o quién depende lo que es caracterizado como fenoménico, como percibido? Veo que la relación esta presente cada vez que intento distinguir las partes componentes, y si estas partes componentes son el pensamiento y sus posibles objetos, o el EIP y los productos de su acto de concebir, vale preguntar: ¿cuál de estos dos componentes es el que ejerce influencia en el otro en el caso que la ejerciera? ¿Acaso los objetos son los que determinan al EIP a participar del acto de ser y así poder existir? ¿Acaso la existencia antológicamente trascendente determina al EIP a concebir los objetos como entes pasibles de ser percibidos?
Verdaderamente no sé en este momento cuál de las dos partes del acto de ser es la que tiene el papel preponderante, tampoco sé si es posible saberlo. Así que haré un intento de explicación; siento una necesidad y debo satisfacerla, y una vez más, construiré mi objeto pasible, en lo posible, de satisfacer mi necesidad.

Para finalizar esta primera sección, propongo que partamos, al menos por el momento, de lo que ha considerado cierto la tradición del pensamiento filosófico hasta el presente; supongamos que el EIP, extendido a un sujeto humano, es el único ente del universo que tiene la capacidad de concebir lo que lo rodea, de modificarlo y de real-izarlo. Tomemos a lo que lo rodea como el conjunto indeterminado e infinito de entidades que afecta su percepción de una o de otra forma. Con un ente que al concebirse a sí mismo como un producto de su acto de concebir capaz de concebir multifacéticamente todo las entidades posibles que lo afectan, todo lo que es, existe de una u otra forma, por ser el producto del acto de concebir, tomado en sentido universal y cuyo sujeto de aplicación sería tanto la raza humana como un ser humano cualquiera. Ser el producto del acto de concebir, entonces, conlleva necesariamente la existencia, y la existencia conlleva necesariamente el acto de ser; por consiguiente, los entes tomados como fenómenos son objetos que existen porque actúan en la medida que son percibidos. Con lo cuál, el EIP percibe para concebir algo diferente de sí mismo y de esa forma asumirse como existente y solo así asumir lo que lo rodea en tanto objeto trascendente a su existencia, pero cuya existencia solo es posible como participante del acto de ser, es decir, como participante de la relación que implica actuar. ¿Pero los objetos actúan para que el EIP se asuma como existente? Actúen o no, están presupuestos por el EIP como entes pasibles de ser percibidos, y de ahí se infiere la relación constituyente que lo hace asumirse como efectivamente existente. El EIP actúa, es decir, participa de la reciprocidad ontológica, concibiendo. Y al concebir entidades diferentes de sí mismo, se auto-aliena ontológicamente respecto del producto de su acto de concebir, porque ya no se reconoce como el “artífice” de su acción de concebir, perdiéndose en la características que concibió para asumirse existente y asumir lo que lo rodea. Debido a estas razones, se puede afirmar que el ser como entidad abarcadora de individualidades pensantes y no pensantes, solo tiene razón de ser en virtud de su sumisión en el EIP, ya que, no es el sujeto quién se objetiva en el ser universal, sino que es el mismo sujeto quién concibe tanto al ser total como al ser particular que lo
incluye. Dicho de otro modo, el EIP existe en el acto de concebir, con lo cual se torna omnisciente con respecto a lo que real-iza como realidad, de manera que juega, o cree jugar, todos los roles del acto de ser.

lunes, 1 de septiembre de 2008

No es el mismo (Miguel Hernández)

El mundo es como aparece
ante mis cinco sentidos,
y ante los tuyos que son
las orillas de los míos.
El mundo de los demás,
no es el nuestro: no es el mismo.
Lecho del agua que soy,
tú, los dos, somos el río
donde cuando más profundo
se ve más despacio y límpido.
Imágenes de la vida:
a la vez las recibimos,
nos reciben entregadas
más unidamente a un ritmo.
Pero las cosas se forman
con nuestros propios delirios.
El aire tiene el tamaño
del corazón que respiro
y el sol es como la luz
con el que yo le desafío.
Ciegos para los demás
oscuros siempre remisos,
miramos siempre hacia adentro,
vemos desde lo más íntimo.
Trabajo y amor me cuesta
Conmigo así, ver contigo:
aparecer, como el agua
con la arena, siempre unidos.
Nadie me verá del todo
ni es nadie como lo miro.
Somos algo más que vemos,
algo menos que inquirimos.
Algún suceso de todos
pasa desapercibido.
Nadie nos ha visto. A nadie
ciegos de ver, hemos visto.



En "Otros poemas (1938-1940)"
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Quisiera volver a poner aquí 4 o 5 líneas que son de lo más perfecto que he visto escribir, que he leído:

"Pero las cosas se forman
con nuestros propios delirios.
El aire tiene el tamaño
del corazón que respiro
y el sol es como la luz
con el que yo le desafío."

Saludos, espero a quien lo lea que se tome el trabajo de sopesar este poema. Guarden como yo estoy haciendo un verso o dos, hacen bien.

Contribuyo como puedo al blog, espero que disfruten. Este momento me tiene a los poemazos limpios, la prosa no se puede ver conmigo. Ya llegará el tiempo, esperénme.

P. D. : Todos porque Mati antes de fin de año suba algo al blog!

sábado, 30 de agosto de 2008

A Seba. Sobre ser un jinete.

Las horas galopan montadas en el lomo de las agujas,
el hombre detrás
tratando de detenerlas.

No es ligeresa lo que lo caracteriza.
Se le exigue algo, ¿Pero qué?
Lo apura algo, ¿Pero qué?
Las desiciones
son siempre prematuras.

La locura, la conciencia
retornan de la basura.
El hombre quiere tenerlas.

Tal vez hay que dejar de ser jinetes
¿Águila quiza sería mejor?
Flotar sobre el abimo y ser ligeros.
Pero para eso,
Primero hay que afirmar al abismo
Primero hay que afirmar al águila.

Quiero dejar de sobrar,
quiero dejar de faltar.
Las dos juntas no.

Palabras mudas no tienen razón de ser.
El ser no tiene razón de palabras.

¿Hacia dónde galopa el hombre?
¿Hacía el abismo? ¿Hacía las locuras?
¿Hacía la conciencia? ¿Hacía las alturas?

No,
hacía tus palabras.

martes, 26 de agosto de 2008

Jinetes (Julio 2003)

Las horas galopan montadas en el lomo de las agujas,
el hombre detrás
tratando de detenerlas.

El hombre galopa
montado en el lomo de la locura,
la conciencia y el miedo detrás
deteniéndolo.

El hombre quiere tener
la locura, la conciencia
lo hecha a la basura.

El hombre quiere tenerlo todo,
el miedo siempre le quita algo.
Siempre algo le falta
siempre algo le sobra.

No sé qué es lo que le falta,
no sé lo que le sobra
si algo o alguien.

¿Hacia dónde galopa el hombre?

Qué lo necesitaba?

Qué le sobraba?

domingo, 17 de agosto de 2008

La canción del baile.

Así hablo Zaratustra, Nietzsche.
La canción del baile.

Un atardecer caminaba Zaratustra con sus discípulos por el bosque; y estando buscando una fuente he aquí que llegó a un verde prado a quien árboles y malezas silenciosamente rodeaban: en él bailaban, unas con otras, unas muchachas. Tan pronto como las muchachas reconocieron a Zaratustra dejaron de bailar; mas Zaratustra se acercó a ellas con gesto amistoso y dijo estas palabras:

«¡No dejéis de bailar, encantadoras muchachas! No ha llegado a vosotras, con mirada malvada, ningún aguafiestas, ningún enemigo de muchachas.

Abogado de Dios soy yo ante el diablo: mas éste es el espíritu de la pesadez. ¿Cómo habría yo de ser, oh ligeras, hostil a bailes divinos? ¿O a pies de muchacha de hermosos tobillos?

Sin duda soy yo un bosque y una noche de árboles oscuros: sin embargo, quien no tenga miedo de mi oscuridad encontrará también taludes de rosas debajo de mis cipreses.

Y asimismo encontrará ciertamente al pequeño dios que más querido les es a las muchachas: junto al pozo está tendido, quieto, con los ojos cerrados.

¡En verdad, se me quedó dormido en pleno día, el haragán! ¿Es que acaso corrió demasiado tras las mariposas?

¡No os enfadéis conmigo, bellas bailarinas, si castigo un poco al pequeño dios! Gritará ciertamente y llorará, - ¡mas a risa mueve él incluso cuando llora!

Y con lágrimas en los ojos debe pediros un baile; y yo mismo quiero cantar una canción para su baile:

Una canci6n de baile y de mofa contra el espíritu de la pesadez, mi supremo y más poderoso diablo, del que ellos dicen que es �el señor del mundo�».

Y ésta es la canción que Zaratustra cantó mientras Cupido y las muchachas bailaban juntos:

En tus ojos he mirado hace poco, ¡oh vida! Y en lo insondable me pareció hundirme.

Pero tú me sacaste fuera con un anzuelo de oro; burlonamente te reíste cuando te llamé insondable.

«Ese es el lenguaje de todos los peces, dijiste; lo que ellos no pueden sondar, es insondable.

Pero yo soy tan sólo mudable, y salvaje, y una mujer en todo, y no virtuosa:

Aunque para vosotros los hombres me llame �la profunda�, o �la fiel�, �la eterna�, �la llena de misterio�.

Vosotros los hombres, sin embargo, me otorgáis siempre como regalo vuestras propias virtudes � ¡ay, vosotros virtuosos!»

Así reía la increíble; mas yo nunca la creo, ni a ella ni a su risa, cuando había mal de sí misma.

Y cuando hablé a solas con mi sabiduría salvaje, me dijo encolerizada: «Tú quieres, tú deseas, tú amas, ¡sólo por eso alabas tú la vida!»

A punto estuve de contestarle mal y de decirle la verdad a la encolerizada; y no se puede contestar peor que «diciendo la verdad» a nuestra propia sabiduría.

Así están, en efecto, las cosas entre nosotros tres. A fondo yo no amo más que a la vida � ¡y, en verdad, sobre todo cuando la odio!

Y el que yo sea bueno con la sabiduría, y a menudo demasiado bueno: ¡esto se debe a que ella me recuerda totalmente a la vida!

Tiene los ojos de ella, su risa, e incluso su áurea caña de pescar: ¿qué puedo yo hacer si las dos se asemejan tanto?

Y una vez, cuando la vida me preguntó: ¿Quién es, pues, ésa, la sabiduría? � yo me apresuré a responder: « ¡Ah sí!, ¡la sabiduría!

Tenemos sed de ella y no nos saciamos, la miramos a través de velos, la intentamos apresar con redes.

¿Es hermosa? ¡Qué se yo! Pero hasta las carpas más viejas continúan picando en su cebo.

Mudable y terca es; a menudo la he visto morderse los labios y peinarse a contrapelo.

Acaso es malvada y falsa, y una mujer en todo; pero cabalmente cuando habla mal de sí es cuando más seduce».

Cuando dije esto a la vida ella rió malignamente y cerró los ojos. «¿De quién estás hablando?, dijo; ¿sin duda de mí?

Y aunque tuvieras razón � ¡decirme eso así a la cara! Pero ahora habla también de tu sabiduría».

¡Ay, y entonces volviste a abrir tus ojos, oh vida amada! Y en lo insondable me pareció hundirme allí de nuevo. �

Así cantó Zaratustra. Mas cuando el baile acabó y las muchachas se hubieron ido de allí sintióse triste.

«El sol hace ya mucho que se puso, dijo por fin; el prado está húmedo, de los bosques llega frío.

Algo desconocido está a mi alrededor y mira pensativo. ¡Cómo! ¿Tú vives todavía, Zaratustra?

¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con qué? ¿Hacia dónde? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿No es tontería vivir todavia? �

Ay, amigos míos, la tarde es quien así pregunta desde mí. ¡Perdonadme mi tristeza! El atardecer ha llegado: ¡perdonadme que el atardecer haya llegado!»

Así habló Zaratustra.

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Estoy seguro que ésto les va a encantar muchachos. Sigo con mi intento de revivir el blog, acá les dejo un potente electroshock: "La canción del baile". Saludos.

P.D: Únicamente me gustaría resaltar esta parte:

Sin duda soy yo un bosque y una noche de árboles oscuros: sin embargo, quien no tenga miedo de mi oscuridad encontrará también taludes de rosas debajo de mis cipreses.

viernes, 8 de agosto de 2008

Una tregua

Quizás allí sea el lugar
Sobre los montes, bajo las nubes.
Buscando luego de empezar a buscar,
Encuentro letras diferentes.

Allí donde estará la ausencia
Sobre los montes, bajo las nubes
Mis mares serán como ríos
Podré sufrir en paz mis alegrías.

Y sólo estaré, abrumado con tanto nadie
Sobre los montes, bajo las nubes.
Allí, donde estará la ausencia,
Cantaré y seremos la música sola.

Esto que escribo, estoy que cambia
Sobre los montes, bajo las nubes
Es así porque yo mismo cambio,
Porque soy como algo más en el viento.

El Fin (resonacias con "Martín y Alicia" abstenerse)

Rompió todas las cartas y se echó a andar por el puente, que es uno más de entre todos esos puentes que cruzan el río tan nombrado en la ciudad ésa tan renombrada y recomendada y visitada por turistas con cámaras fotográficas incansables. No estaba allí, no realmente, pero de alguna manera estaba más allí que donde en verdad estaba.

¿Porqué? No es muy relevante: él necesitaba alejarse, no estar donde y cuando estaba en ese momento, romper ésas cartas era muy doloroso. Por lo tanto forzó su mente y creó esa ciudad, se rodeó de ella, empapeló la realidad con otro lugar más estúpidamente literario. Tal vez la única razón de ese escenario imaginario era que él necesitaba contarse algo así como un cuento de lo que le estaba pasando, para lograr lo que la cotidianeidad no puede, es decir, ser sublime, omitir lo contingente, lo anecdótico del recordar hasta en cuántos pedazos rompería las hojas y de qué manera caerían a ese río sucio que era muy ancho para cruzarlo en puente, por lo que la naturaleza lo había dotado con la capacidad de ser tan bajo que era posible, a veces, atravesarlo a pie, caminando por sobre los sedimentos que todo un subcontinente junto despachaba allí. Ese río híbrido, aburrido de que lo comparen con el café con leche, ya que ni él mismo se le ocurriría beberse, no era equiparable al río cruzando la literaria ciudad, ese capricho de los poetas que, intentando ser geógrafos, la describen y la describen y la desnudan de realidad para dejarla bella, bohemia, europea, cosmética-cosmopolita, perfumada de frivolidad, tan musa de mimosos, hastiada de elogios absolutamente vanos, pero ciertos. Nunca había estado allí, pero estaba en la ciudad que el momento necesitaba.

Se acercó a la baranda de lo que fuera sobre lo que estaba parado. Con cara de nene que se pone serio para parecer más grande, rompió ceremoniosamente los sobres, con la astucia suficiente como para lograr que las cartas fueran cayendo desde dentro de los pedazos de sobre, dejando ver la letra que le gustaba, que conocía y reconocería aún hoy, luego de tanto tiempo. Era, para ser sinceros, una última hojeada a esas cartas antes de que el río europeo o sudamericano se las llevara hasta las redes de contención de basura flotantes anti-contaminación.
Imaginó la tentación -se tentó- de ir a rescatarlas, de buscarlas revolviendo entre la mugre del río. Quiso ir hasta las redes al punto de que casi sintió la voz de esos oficiales de prefectura que hablaban una lengua que apenas mascullaba, pidiéndole explicaciones que no podría responder ni aunque fueran enunciadas en su propio idioma. Volviendo a sí mismo, apresuró la destrucción hizo trozos más pequeños para no poder leer ninguna frase ni palabra.

Pensó una cosa curiosa: no recordaba quién era ella, no la recordaba, pero sabía dónde debía buscar para recordarla. Pero no quería más tormentas, no más eso que fue y que no es ahora. Sintió asco en la boca y una molestia en el estómago; el sol bajaba y todo lo que daba de luz era belleza incontestable. El vértigo se le amontonó unos segundos, no quiso hacer el ridículo cayéndose. Arrojó el último pedazo y se dio vuelta para echarse a andar por el puente, o por la costanera. En verdad, eso no era relevante, porque fuera la ciudad que fuere, había logrado la separación, ya no habría treguas ni licencias. Se había ido para quedarse, para explorar el vacío.

El sol seguía bajando imperceptible y constantemente; la tinta, al contacto con los carburantes que contaminan el río, se disolvió en poco tiempo. Saliendo del puente, decidió averiguar en qué ciudad estaba. No se sorprendió.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Boceto: ¿Qué es la filosofía?

¿Qué es la filosofía?

La definición de la filosofía es indiferente a un contenido. No se trata del "qué", sino del "cómo". La filosofía no es otra cosa que la búsqueda de la fundamentación. Que filosofías particulares concluyan en empirismos, idealismos, o inclusive, nihilismos; no es para nada esencial. Lo importante es su proceder: El intento de fundamentar. De ahí podemos extraer otra característica propia de la acción filosofante: El pensamiento crítico. El examen minucioso de diferentes opiniones, el torcer una doctrina para saber hasta que punto de crítica puede llegar, la sinceridad de la investigación para alcanzar la profundidad del tema examinado, el romper con la actitud cotidiana de "no cuestionamiento", entre otras cosas; son explicitaciones del pensamiento crítico que también es una propiedad formal (en el sentido que no se involucra con el contenido). A merced de esto, la última fundamentación será la filosofía más propia. Esta no es otra cosa que la metafísica.
La segunda consideración que se extrae de la actitud filosófica es su carácter de aristocrática. Es claro que tenemos experiencia de un acervo gigante de diferentes filosofías existentes. Cada una puede tener una respuesta diferente a la pregunta: ¿Qué es la filosofía? La posibilidad de un naufragio en la cavilación de una respectiva respuesta, generalmente, proviene de darle prioridad a un contenido. Si suponemos de manera tolerante que la filosofía puede aceptar diferentes significaciones, y en ese caso la única unidad en ésta sería de tipo elástica e indeterminada; la primera reacción que acontecería sería un tajante rechazo. La indeterminación es, en cierta medida muy particular, propia de la filosofía; pero de ningún modo en el sentido anteriormente propuesto. La indeterminación proviene nuevamente de la actitud, o en otras palabras, del "cómo". En consecuencia, el rechazo de la opinión acerca de una unidad elástica proviene de la propia filosofía como tal, ya que toda nueva filosofía se incorpora al mundo como superior. La supremacía frente a toda filosofía paralela, anterior, e incluso, posterior; se nos aparece como un carácter elemental. Toda filosofía que no se consideré a sí misma como la primera y superior, es porque su humildad pasa a ser un bello engaño y lo que le permite la diferenciación con las demás; en otras palabras, su fondo es al mismo tiempo su cima.

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Acá les dejo unas reflexiones que me surgieron a merced de una charla preterita que tuvimos hace tiempo. No quiero que solamente la lean, quiero que la consideren. Y, por supuesto, quiero sus críticas y opiniones (sin excepción de ninguno). Como pequeño chaleco antibalas que me pongo, no puedo evitar decirles que el texto merece algunas modificaciones y mejor presiciones en ciertos conceptos. También, obviamente, necesita continuación; vamos a ver si podré.
Un abrazo enorme a todos.
Juanma: Sigo esperando con ansías tus cartas!
Matías: Ídem.

jueves, 19 de junio de 2008

Contribuyendo a la confusión ya generalizada

Si creíamos que por ahí quedaba algún pequeño nivel de pensamiento crítico, al menos en cuanto a lo que tiene que ver con política, esta carta de Rubén Dri a mí me hace dudar seriamente de esa capacidad tan reconocida a la intelectualidad. Ya no entiendo absolutamente nada de esta situación, si alguien tiene un manual de macroeconomía bien pesado en su casa, por favor tírenmelo por la cabeza y mátenme de una vez. Saludos a todos.

El golpe está en marcha

Por Ruben Dri

El golpe está en marcha. Uno puede cerrar los ojos y negarlo, pero hoy no es posible dudar. 'Si nos quedamos acá tenemos que estar dispuestos a lo peor'; 'estamos en guerra'; 'esto es una revolución'. Son frases que jalonan los cortes de ruta motorizados por una derecha que sabe lo que quiere y una izquierda estúpida que cree que está haciendo la revolución.

Lo que está en marcha es efectivamente una 'revolución', pero una revolución conservadora neoliberal que quiere la anulación práctica del Estado, que de una u otra manera entorpece sus sucios y multimillonarios negocios. De parte del gobierno hay una parálisis sumamente peligrosa. Las acciones de ayer, el intento de abrir la ruta 14, no hicieron más que potenciar la marcha de la derecha golpista. Narra el evangelista Marcos que cuando Jesús llega con los militantes de su movimiento a la población de Betsaida le presentaron un ciego para que lo curase. Jesús 'después de mojarle los ojos con saliva, puso sus manos sobre él y le preguntó '¿Ves algo?', el ciego que empezaba a ver, dijo: 'Veo a los hombres como si fueran árboles que caminan''. Gran parte de la sociedad ve la marcha del golpe como si fuesen árboles que caminan.

Continúa la narración: 'Luego, le puso nuevamente la mano en los ojos y éste empezó a ver perfectamente y quedó sano, ya que de lejos veía claramente todas las cosas'. El verbo griego utilizado enéblepen, pretérito imperfecto de blépo, no significa sólo ver, sino ver críticamente. Todo el pasaje se refiere a la comunidad que debe abrir los ojos y comprender qué está sucediendo.

Una de las mentiras más perversas de las tantas con que la gran prensa nos inunda todos los días es la de la lucha de los 'pequeños productores' como si éstos actualmente estuviesen en la Federación Agraria, en la que, en realidad, están los rentistas, que mientras sus campos siguen produciendo pueden darse el lujo de pasar sus días en la ruta. Los pequeños productores están en otra parte, en el Mocase, en el Mocaflor, en el Mocaju, en el Mam, en una palabra en el Frente Nacional Campesino que debe luchar a brazo partido para que los que hoy cortan ruta no los despojen de sus campos. Éstos no podrían hacer un paro indefinido. Sólo los ricos lo pueden hacer.

Las luchas de clases nunca se presentan en estado puro. Las contradicciones atraviesan a los distintos bloques que continuamente se forman. Hoy hay con claridad dos bloques atravesados por multitud de contradicciones internas. El bloque de la derecha pretende, como dice la inefable Carrió, que expresa a todo el pueblo. Con claridad hay que decirlo: En ese bloque como en el otro hay múltiples contradicciones, pero su triunfo sería el triunfo del neoliberalismo con todo lo peor de su negra historia. Las múltiples contradicciones del otro bloque, especialmente la no ruptura de la estructura neoliberal, la no recuperación de los hidrocarburos, la política minera y otras yerbas hacen que no sea fácil acompañarlo en esta lucha. Pero no hay opciones. Si el golpe de derecha triunfa habremos retrocedido trágicamente y entonces, a todos los que se desentendieron habrá que decirles: ¡A llorar a la Iglesia!

Buenos Aires, 15 de junio de 2008

domingo, 15 de junio de 2008

Ruido de cacerolas y pensamientos sin filtro.

Un ruido metálico me perfora el el oído. Una molestía que resuena en la calle, al son de golpes de cacerolas con palos. Son tres viejas locas que se colocan en mitad de Av. Eva Perón, miran a los ojos a los conductores de los autos, agarran con fuerza el palo y golpean con intencidad. ¿Qué es lo que quieren? No pronuncias palabra alguna y levantan los brazos cuando algún vehículo toca la bocina al pasar. Si uno se les acerca y les pregunta por qué hacen un candombe, ellas dicen furiosamente: ¡Por el campo muchacho! Y yo la desprecio con todo el alma. Desde la sobervia aristocráica de un posible intelectual, las detesto. Molestan mi torre de marfil tan silenciosa y agradable. Las odio porque quieren sentirse sublimes. Piensan que realizan un acto trascendental, que se manifiestan por un ideal. Todas mentiras de mierda. No tienen la menor idea de lo que está pasando (y yo tampoco). No saben qué carajo es una retención, cómo funciona el régimen tributario, el estado económico y social del país, les chupa todo un huevo (como a mí). Pero se engañan a ellas mismas constantemente. Tal vez su vida es miserable y necesitan realizar actos con significados que sobrepasen su miseria, tal vez no. Tal vez le molesta no poder comer un churrasco de cuarril cuando ellas quieran. Tal vez le joden los peronistas a prior y encuentran una buena ocacion para demostrárselo a una gran manga de boludos que las están viendo por televisión al lado de la estufa (yo no miro televisión, pero tengo estufa). Las caracteriza el rasgo principal de ser seres ahistóricos, o lo que sería otra cosa, realizar juicios ahistóricos. Dicen cosas como: "Nunca se vió un gobierno que enfrente tan mal una situación como ésta", "Nunca se vió una manifestación tan enérgica como ésta, y un inaptitud del gobierno como el vigente", etc etc etc... bla bla bla... Y me espanta la sensación de que ellas son yo. De que todos somos viejas de mierda protestando por algo importante, que tomamos a la ligera.

martes, 3 de junio de 2008

Martín y Alicia

(Esbozo de un probable entre 8avo a 12avo capítulo de una posible novela)

Desde el portal de una casa, se escuchaba una voz que llamaba. Verónica se puso alegre de haber encontrado a Martín. En ese momento, ella necesitaba volver a conectarse con el mundo externo para llegar a una normalización. Ella no estaba hecha para trajes de luto, silencios, indiferencias, pastillas y ese repugnante olor a muerte. Gritó otra vez su nombre más fuerte que la vez anterior. En el pecho, se le enterró el temor de que él no llegara a escucharla y se vaya. No podía perder su soga de escape. Martín se dio vuelta y la reconoció.

- ¡Qué suerte que te encuentro! –dijo Verónica realizando una mueca que se hacía pasar por sonrisa.

- Ehh... Hola –dijo Martín mientras Verónica apoyaba su mano en su hombro y le daba un beso en la mejilla.

- ¿Qué haces a estas horas de la noche por acá?

Martín jugaba con sus manos detrás de la campera de jean. Era necesario un pequeño tiempo para comprender la nueva situación. La mente se acostumbra a un paradigma (¿kuhniano? No seamos tan exagerados) y se mueve dentro de él. En este caso, él permanecía concentrado en caminar, mirar el suelo y contar las baldosas. Esa era una vieja costumbre que quedo vigente en él, desde muy chico. Pero al aparecer Verónica, hubo un cambio de contexto, al cual le es menester un pequeño tiempo para ser asimilado.

- Me proponía a volver a casa pero no encuentro la parada del 44. Vengo desde el bar “Los Restos”, que está a tres cuadras de acá.

- Sí, Sí. –dijo Verónica- Lo conozco. ¿Frecuentas ir ahí?

- No, para nada. Me había invitado Mateo para entretenernos un poco esta noche, pero no fue la gran cosa. Me habría quedad en casa escuchando música-

- Pobrecito, mi Martín. –dijo en tono burlón mientras le acariciaba la mejilla derecha. Ella pensaba que él era afortunado. Desde hace tiempo, sus noches se encontraban vacías y tristes. Pero no es necesario explicitarlo, ni contarlo. Hablar sobre las miserias propias es de muy mala educación.

- Yo iba justo a comprar unas aspirinas y cigarrillos al kiosco. Me hallaba bastante apurada, porque yo vivo con una amiga, que últimamente no esta muy bien la pobre. Por eso, no me gusta dejarla sola ni un segundo. –miraba para abajo, enfocándose con precisión en las zapatillas de Martín. - ¿Vos, no me harías un favor?

- Supongo que sí. ¿Cuál? –dijo Marín.

- Quedate en mi casa y yo voy rápido a comprar las cosas. –dijo con una sonrisa- Después, cuando vuelva, preparó café y nos sentamos a charlar un rato.

- Bueno, como quieras.

- Toma las llaves. –Ella le entregó las llaves en la mano- Ya conoces mi casa. Ponete cómodo. Yo no voy a tardar mucho. Tené cuidado con el escalón del pasillo que a la noche casi ni se ve. En un rato vuelvo –explicó mientras se alejaba de él.

Martín se quedo viendo como Verónica se perdía de vista. Luego, miró las llaves que tenía apretadas en su mano derecha, vaciló, y se dirigió a la casa de Verónica. La puerta de entrada se encontraba en muy mal estado. Era de roble viejo y se destacaba por la gran cantidad de ralladuras, grietas, pintura salida y demás. Él pensaba que sería fácil romper la puerta de una patada y entrar. Sonrió. La escena le resultó divertida, porque la imagino en una perspectiva de película norteamericana. Puso la llave, deslizó la puerta e ingreso en el portal. Recorrió un pasillo antiguo que no tenía techo y estaba recubierto, solo en una parte, por una pequeña mediasombra. En los costados, se podía ver unas cinco plantas, marchitas y negras, que ya no se cuidabas desde hace tiempo. Martín se acordó que estaba un poco cansado, habría preferido no haberse topado con Verónica y seguir caminando. Abrió una segunda puerta. Titubeó en cruzar el umbral que daba al living. La habitación se sumergía en una luz opaca que no alcanzaba a cubrir toda la habitación. Ninguna lámpara estaba prendida, la luz provenía de la televisión que encendida dominaba la sala. Martín decidió sentarse en uno de los sillones de la sala, pero notó que alguien ya estaba sentado ahí. Era una mujer. Se notaba que era joven, parecía de menor edad que él. Tenía una tez muy pálida, unos ojos que se podrían suponer marrones pero no se distinguía bien porque estaban irritados y contenían un leve color rojo, unos labios finitos, un cuerpo delgado, y un pelo completamente negro. La chica lo estaba mirando pero de una manera extraña. No lo miraba a los ojos ni al rostro. Parecía no observar a ningún punto específico del cuarto. Tenía un aspecto de enferma. Ese momento incomodaba a Martín.

Alicia estaba dormida. Varios sueños aparecieron en su cabeza. Algo la torturaba demasiado, pero no puede recordar qué. Supone que era una imagen o una escena. Aunque lo intente no puede recordar. Todo es demasiado confuso. En la parte inferior de sus ojos había una pequeña humedad. “Lagrimas otra vez” pensó ella. De repente, nota la presencia de alguien. Escucha unos pasos. Esos pasos eran demasiado perturbadores. Sentía que la potencia del sonido era demasiado alta. Qué gran molestia le causaba esos ruidos entrometidos. Al principio pensó que era Verónica, pero luego se dio cuenta que sus pasos eran diferentes a los que estaba acostumbrada. Torció la cara para poder ver mejor. Logró distinguir una figura. Era un hombre. Él se mantenía alejado y muy cercano a las sombras. La perspectiva que visualizaba Alicia no le permitía distinguir los detalles de esa persona. Sólo podía contemplar su contorno y su brazo derecho, que lo iluminaba el destello de la televisión. Ella se concentró en las partes que podía distinguir. El brazo de esa persona era algo delgado que no llamaba su atención. En cambio, su mano empezó a interesarle. Era de un tamaño mediano, acercándose a pequeño. No llevaba ningún tipo de anillo o pulsera. Estaba desnuda y exhibiéndose a ella. Se dio cuenta que le gustaba esa mano y le parecía divertida. Algo interrumpió sus pensamientos. El muchacho rompió el silencio diciendo un “hola” en voz alta. A ella le molesto mucho su atrevimiento. No tenía ganas de hablar con una persona. Se sentía tranquila tratando con sólo imágenes que se movían pero no interactuaban.

No hubo ningún tipo de respuesta. Por lo menos, se esperaba alguna mueca o señal de vida. Cualquier cosa habría servido. Pero no. Ella jugaba a ser un objeto inerte. Parecía coquetear con el vacío y la nada. Justamente eso era, ella reflectaba algún fragmento de vacío y nada. Era difícil comprender que sentimientos sentía o que pensamientos pensaba. Uno podría decir que estaba triste, o en un profundo estado de melancolía. Sin embargo, su rostro sobre-pasaba o sub-pasaba lo que comúnmente se llama tristeza. Martín rodeó el espacio donde ella se ubicaba y, lentamente, se sentó en un sillón muy próximo a la televisión. De tanto en tanto, echaba alguna mirada y analizaba su flaco cuerpo desplomado en ese asiento. Aunque el mayor tiempo intentaba mirar el programa televisivo, él no podía dejar de sentir que la seguía observando sin necesidad de usar los ojos. Sus cavilaciones empezaban a dar diferentes conclusiones. Ya no se sentía incomodo con la presencia de Alicia. Eso era porque comprendió que esa muchacha se encontraba enterrada en lo más profundo de su individuo. Era por eso que no se lograba definir si estaba triste o contenta. Los sentimientos son siempre símbolos. Siempre están dirigidos a otras personas con el fin de retroalimentarse con la comprensión ajena. Pero Alicia no expresaba nada hacia el exterior. Todo lo contrario. Ella se encontraba encerrada en la profundidad de su interior. Un diálogo consigo misma talvez. O, quizás, un silencio absoluto entre ella y ella. Un sujeto separado de los demás sujetos. Un no-sujeto. “Esa mujer debe estar muerta” se dijo a sí mismo Martín. A lo lejos del pasillo, se escucharon golpes sobre la puerta. Martín apuró el paso a abrir y alejarse de un abismo que lo alcanzaba.

domingo, 1 de junio de 2008

Martín y Alicia.

Martín y Alicia. (Esbozo de un 1er capítulo de una posible novela)

Desencuentro

Alicia tiene un intenso deseo de correr a la calle. Imagina saltar el sillón, abrir la puerta y terminar con esta horrible situación. Un enorme cansancio le recorre por todo el cuerpo. En los ojos, las piernas y el estomago siente un sensación espantosa. Por adentro, piensa que debe tener un aspecto nauseabundo. Realmente, está agotada de todo. Se interroga a sí misma, ¿Por qué siguen actuando en este drama? Esto no debió ser así. Talvez, esto nunca tuvo que haber empezado, es absurdo seguir intentándolo. Y el dolor sigue ahí, activo y latente, en forma simultánea, pero a la vez dividido por un minúsculo lapso de tiempo. Alicia entiende que es culpable. Sin intención, Ella se conecto a él y ahora son uno. Su propio dolor, que sólo debería sentirlo ella porque es su cruz, lo esta sintiendo él. Esa idea la aterroriza. Si pudiera abrir la boca y decirle “Nunca quise que sintieras lo que yo siento.” Sin embargo, no puede. Cada segundo siente más la presencia de Martín, pero no simplemente en la habitación, sino en todo su ser. Otra vez la absorbe la idea de huir del cuarto; algo se lo impide. Ella misma decide quedarse, un rato más en el living, mirando al suelo. Sus ojos todavía húmedos, no se atreven a levantar la vista, tienen miedo que Martín la este mirando.

Martín se encuentra totalmente callado. Intenta comprender el absurdo significado de las palabras de Alicia. Pero no puede. Su concentración esta fijada en ella, que se encuentra llorando en el mismo lugar donde sacó a la superficie un oscuro pensamiento proveniente, quien sabe de qué lugar de su alma. En cierta forma Martín le parece sorprendente la situación. Su mundo, con eso se incluye todos los aspectos y esferas de su vida, va cayendo parte por parte, mientras el intenta refugiarse en algún lugar de él, algún refugio nuclear impenetrable donde no haya llegado Alicia. Pretende esconderse en su egocentrismo. Reflexiona sobre su vida familiar, en sus amigos, en la metafísica, en el quiosco de la esquina, pero ella esta ahí. El todo era ella. Todo-Alicia-en-mi-cabeza-en-mi-alma-sólo-dolor. Es como una presencia fantasmal que espera mirando. “¿Qué es lo que espera?” -dice para sus adentros. Esta situación no encaja de ninguna manera en un modelo de causalidad. Sin una explicación lógica, Martín recuerda el momento en que su mejor amigo Emiliano y él tenían 9 años. Corrían muy rápido para llegar a la plaza y asustar la gran cantidad de palomas que comían pan picado del piso.

De repente, una lágrima cae de la mejilla de Martín. Empieza en el párpado, recorre la mejilla hasta llegar a la pera e influenciada por la gravedad, cae en el piso y fin. Está muy cansado. Aunque su cuerpo no se movió ni un centímetro, él siente que viajo kilómetros. Con su poca energía restante llega a gritar: “Andate Alicia... ya no nos quedan finales felices”. Miró como ella volvía a largarse a llorar y salía corriendo a la calle. Pasa el umbral de la puerta, donde siempre pensaron que cuando estaban juntos, más allá de la puerta ya no existía nadie, solo ellos dos. Imaginaban que con su amor podían crear un mundo paralelo, el cual esté limitado estrictamente por esa puerta, y después de ella se encuentra un vació pleno de color blanco. Muy despacio, Martín saca un atado de su campera y se prende un cigarrillo. Se tira al piso y se queda observando el ventilador. Es la tercera vez, que pasa una situación como esta. Pero ésta, a diferencia de las otras, tiene algo diferente. Un aroma de muerte, una luz opaca, un color desteñido, una mirada nublada. “No va a volver” dice Martín, en voz alta, sabiendo que nadie lo escucha; “y yo no voy a ir a buscarla”.

viernes, 30 de mayo de 2008

En vida, la helada lobreguez, graba la marca de todas las cosas en el alma; y nos lleva en su cúmulo, al final con la perpetua afonía.

Ruina de las necesidades:
La helada caída hacia la duda
con la feroz escasez que acosa
lidiar entre una cosa y su burla.

Huir del fatigado huir:
Creemos en la desgarradora pena
de ser en vida lo que otro viviera
en su cúmulo de pulsiones ciegas.

El adiós es prisionero,
culpable de engañar la identidad.
Con los muros repletos del pretérito nacer,
y en los pasillos llenos de sol adentro,
algún alguien esta viendo
que aún siendo, no es más que provecho
del delirio florecido
de la lobreguez del ayer.

El acervo mentiroso de paz,
mentiroso de galimatías preñadas
con la muerte acechante,
con la deuda que castiga
y graba la marca ardiente del transcurrir.
Transcurrir colmado de desengaños,
de desilusiones,
de llanto, de risa
de triunfos,
y de todas las cosas que nos llevan
al final del sendero,
al frío y sólido choque,
al amargo sabor en el alma,
al coito con la perpetua afonía.

martes, 27 de mayo de 2008

Un gran reggae de Juan (y mi humilde aporte)

Viernes por la tarde.
Llueve por la tarde.
Tarde de viernes,
Viernes de la tarde,

Final de la tarde que se hace noche;
Noche del día, sábado es.

Amanecer de la noche del día;
domingo de la tarde
Esa que se hizo noche
De sábado y amanecer de lunes.
Sí, ya es lunes.
Sincronización perfecta,
Enigmática similitud.
Viajo en noche de viernes,
O sábado de tarde, o...

Es final, es principio.
El día en una semana
Y la semana en un día.

La Tarde en el banquillo

¿Qué es lo que esconde una tarde?

Respuestas no encuentro
Entre calores y humores gélidos
Entre posibles lluvias e inquisiciones
Nubes soltando una misma pregunta.

Hay una cifra que no comprendo.
La tarde vana no sufre
Traspasa su misterio de banalidades
/a mi simiente,
Que anota buscando el ocaso.

Cielonube
Cielonube

El Sol gana grados
Bajando el transportador;
El día carga horas
Sin cambiar la guardia con la noche.

¿Y qué será entonces
De la vieja metáfora?
La tarde tal vez sea, nomás,
Los caballos cansados del carro apolíneo.

Basta. Quiero salir del Tiempo
Volver a entrar en el crepúsculo
Entonces seguirme indagando
Pero sólo, entre tus brazos.

//Entretanto, las agujas y el reloj se complotan en las seis menos cuarto.//

domingo, 18 de mayo de 2008

Anoche

El tiempo es el mejor autor,
siempre encuentra un final perfecto.
Charles Chaplin
Todo azul. Mucha gente. La música estaba fuerte, haciendo que la gente se hable prácticamente por señas. “Vamos che, vamos”. Baje por unas escaleras que doblaron hacia la izquierda. En el descenso me encontré con un montón de personas que yacían a los laterales. No se veía nada, estaba muy oscuro; pero sin embargo, la ropa de las personas brillaba resplandecientemente. Una puerta al frente, al finalizar el pasillo en donde me encontré caminando. El aire helado me tumbo el rostro, no lo vi venir. La luz afuera era naranja, al igual que el tacho de basura que me estaba saludando muy efusivo a mi derecha.
El mundo se tomo vacaciones para un costado.
Las baldosas se moverían al escuchar nuestros pasos.
Fue en invierno. El día estaba en estado de coma, parecía no querer continuar más con la onda expansiva que no ha hecho otra cosa más que arrojarnos a la existencia. Caminaba yo por la vereda cubierto de mis ojos; el diarero estaba donde solía estar siempre. Era inesperado verlo ahí. Los autos en el río de asfalto no detenían su fluidez de ruido y gases. Giré mi cabeza para decirle que eran las cuatro y media y no estaba donde estuvo antes. Pero ¿qué esta pasando? Yo caminaba un poco mas rápido, y en esa carrera estaba como huyendo de algo. Pero no recuerdo de qué. A mi lado sentí una vos, “¿che, estas bien?”.
“Haber… no me acuerdo” pensé. Me saludó desde la distancia, parecía apurado; y salió corriendo. Al llegar a la esquina se subió a un colectivo.
¿Hace cuánto que estaba en movimiento mi cuerpo? Todo era como una rueda que escupe pintura hacia delante, y que detrás de ella no hay nada.
Cruzamos la Avenida Corrientes, estaba desierta. Me detuve entre las líneas peatonales a observar ese mundo, me tomaron del brazo y me sacaron de la calle. De haber seguido ahí, la avalancha me hubiese arrastrado a lo inevitable por siempre. Me encontré de nuevo en movimiento, a mi derecha: paredes de vidrio con rejas de todo tipo, muchas zapatillas, mucha ropa… ¿que estaba haciendo?
Me di cuenta de que no estaba solo, conmigo navegaban mas cuerpos que se estaban comunicando entre si. Intente buscarme, ¿que estaba haciendo? Mucho tiempo después entramos en un lugar oscuro, tenía árboles gigantescos, el suelo era de un polvo rojo, había más rejas; nos sentamos en los bancos que había por todos lados. Hacia vario tiempo que estaba tratando de entender lo que pasaba. Inclusive me afirme en el lugar donde mi cuerpo –no mi mente- se echo a tratar detenerse y tomar respiro. Los cuerpos seguían ahí y parecía que me conocían, pues, me hablaban de una forma que sugería eso. Y yo, escuchando, al mismo tiempo; no retenía lo suficiente los mensajes que me enviaban como para poder interpretar ese mensaje, y como consecuencia me desentendía del porque de la situación a cada minuto que pasaba.
***
Cigarros.
¿Donde estamos?
Una botella se posó sobre mi mano.
Creo que volvió a empezar mi memoria. O mas bien creo que volví a sentir el tiempo transcurrir en mi cuerpo. ¿La botella? Supe que era de cerveza cuando bebí el líquido que contenía. Fue un trago largo y desesperado el que di, estaba sediento como si hubiese viajado durante días por un desierto que conocía, pero que era la primera vez que se mostraba como tal. “Che me convidas una seca” dijo Maximiliano. Para sorpresa mía, me supe en una plaza; sentado en uno de los asientos de la hamaca que crujía con mis movimientos como diciéndome que era una hamaca y no un sillón. Fue entonces cuando comencé a hamacarme a una velocidad que aumentaba en cada vaivén. Las cosas a mi alrededor empezaron a garabatearse, sin embargo yo veía algo claramente en el cielo. Eran unas luces que simplemente estaban ahí, sin moverse.
Cambiaban de color constantemente, y era como si siguieran una escala: cada una tomaba el color de la anterior. Rojo, azul, verde, amarillo, violeta, naranja.
Son los colores que podía reconocer. La sucesión de colores aceleró su movimiento, los colores se transcurrían a una velocidad que cegaba mi vista. Era muy infrecuente. En un abrir y cerrar de parpados, las luces se volvieron de un blanco muy brillante. Comenzaron a moverse hacia la izquierda, cada vez más hacia la izquierda, con lo cual; ya me era difícil seguirles, puesto que en mi vaivén veloz no podía focalizar mi vista en ellas. “¡Che, nos vamos!” escuche. Una sensación de vértigo apresó a mi cuerpo. Era el vértigo mas profundo que había sentido, el estomago prácticamente me acariciaba la garganta debido, claro está, a la enorme aceleración que tenía sobre la hamaca. Sentía que me iba a salir despedido, y cuando me acordé de las luces y del tiempo que ya había pasado mientras pensaba esto, ya estaba fuera del vaivén centrifugo. No sé como hice para bajarme de la hamaca, pues no me acuerdo, hasta el día de hoy, cómo lo hice a esa velocidad, suponiendo que hubiese sido capaz de bajarme sin detenerme. Lo cierto es que una vez con los pies en la arena, los mire y estos estaban hundidos unos cuántos centímetros. Eso me llamó poderosamente la atención y entonces me puse a inspeccionar. Descubrí cosas maravillosas: cientos de hormigas caminaban muy deprisa por todo el lugar, la gran mayoría cargaba cosas en sus espaldas. Una hormiga se subió a mi pie derecho. Otra hormiga se subió por el talón. Cosquilleos picantes. ¿Qué pasa? Traté de mover mis pies, pero no podía, estaban más hundidos de lo que me imaginaba. Se debe haber debido a que caí de la hamaca con mucha fuerza y desde mucha altura. Ambos pies pesaban una tonelada cada uno, estaban, creo, entumecidos. Las hormigas comenzaron a copar mis ambos pies. Eran cada vez más, y era cada vez más certera la sensación de claustrofobia. Mis manos trataban, sacudiendo todo mi cuerpo, de ahuyentar a las miles de hormigas que me atacaban. Entre todos esos movimientos bruscos tratando de escapar de mis atacantes, quise mover uno de mis pies sin noción de su estado de entierro, lo que pasó es que fui a parar a la arena. Me abatí de costado, y vi un gran ejército rojo avanzando sobre mí. Claustrofobia por cuatro sentí en ese instante. El ataque masivo avanzó sobre puntos estratégicos fríamente seleccionados. En mi cara, en mi pecho, en mi bajo vientre, y por supuesto; en mis pies, sección que ya estaba tomada. Luché, luché con todo mi corazón revolcándome por la mayor extensión posible, con el objetivo de alejarme disimuladamente del lugar del ataque. No notaron mi estrategia, por suerte. Me sacudí con fervor, ciegamente, epilépticamente. Un tobogán extendió su pata delantera para brindarme ayuda, no la rechace, y gracias a ese muy buen aliado, pude elevarme por sobre el campo de batalla. Visualice el destrozo, la desolación. El arenal parecía Berlín después de la segunda gran guerra: los hombres caídos del ejército enemigo cubrían gran parte del lugar, se veían los surcos dejados por mi cuerpo en su abdicación.Subí las escaleras del tobogán para ver más desde arriba el panorama. Cuando me encontré en la cima, el vértigo me llamo por celular: “che, te estamos esperando en la esquina, dale que nos vamos”. ¿Cómo salir del monte frente al valle recién destruido? Me deslicé sobre su ladera para caer otra vez en el campo de batalla. Error garrafal. Allí estaban esperándome con una emboscada. Malditas. Salí corriendo despavorido. Me encontré con los pibes en la esquina y nos fuimos no sé adonde.
***
Por cuadras que parecían interminables estuvimos caminando hasta llegar a la casa de Teclas. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, pero llegamos exhaustos, sin una gota de saliva en la boca. Cuando por fin entramos a la casa, me arroje en el suelo. Comenzó a sonar un disco de Emerson, Lake and Palmer, creo que era Tarkus. Todo el lugar se desenvolvía acorde a la música. Parecía como que el tiempo, las cosas y lo que cada uno hacía; estaba todo motorizado por la música. Las notas entraban por mis oídos y describían en mi mente paisajes con una alta calidad de nitidez. Sentí euforia, terror, nostalgia.
Todas sensaciones inducidas por la profundidad de las notas, por la textura de las voces susurrándole a los sentidos. Impulsado por la inercia (tenía ganas de moverme, ya no estaba cansado), me levanté del suelo para ver el mundo que a mi alrededor se había configurado en un torrente de obstáculos que solo estaban ahí para ser evadidos. Mi vejiga llamo a mi cerebro. Pero ¿Dónde está el baño? No era la primera vez que iba a lo de Teclas, y como consecuencia tenía que saber dónde quedaba, no debía estar muy lejos; así que busqué con ímpetu en mi memoria y no encontré el mapa para ir al baño. Tampoco su casa era tan grande como para perderse. Más que una casa, era un departamento de dos ambientes. Al entrar por el precoz pasillo se salía al ambiente que era su corazón: cocina - living - comedor. Hacía la derecha, por otro pasillo precoz, te saludaba apenas te metías en él, la puerta del cuarto, que siempre tenía en su interior la cama sin armar. Al final del pasillo estaba la puerta del baño, con la entrada siempre oscura. Escapaban siempre por esa puerta ráfagas de aire que entraban por la ventanita sobre el lavarropas, generando chorros de viento que eran los únicos que aportaban oxigeno al departamento encerrado por todas partes. La puerta del baño nunca cerraba del todo, por que el alargue que llevaba corriente eléctrica a la computadora estaba enchufado justo en el cuadradito blanco que tenía el botón para encender la luz, y ésta figurita geométrica en la pared de azulejos se interponía en la línea imaginaria que recorre la puerta al momento de cerrarse. “Ahí esta, me acordé”; pensé mientras miraba a los chicos jugar la última mano de truco para entrar en las buenas. Emprendí la travesía para llegar al baño, primero tenía que saltarlo al Titán que estaba con la viola tocando no sé que cosa, después esquivar la silla que nadie está usando, mas adelante ya pude doblar hacia la derecha, quedaba el pasillo por delante. En el cuarto de Teclas estaban tocando el teclado Nicolás y Ñame acompañados por los atentos oídos de Maru y Camila. Seguí mi camino. La brisa, helada esta vez, que me escupió en la cara el baño, no me la esperaba; se me puso la piel de gallina. Me congelé en un segundo. Pude al fin ingresar al baño, tenía que orinar, no daba más. Pero en ese momento sentí náuseas. Un calor ardiente se levantó hacia la garganta desde el vientre, y me obligo a soltarlo sobre el inodoro. Me debilite totalmente hasta tener que arrodillarme frente al señor Pereyra. Me sentí otra vez muy agotado, mis ojos se querían cerrar, me costaba mover los brazos; todo mi cuerpo estaba transpirado como si hubiese jugado un picadito con treinta y ocho grados de temperatura. Palpé mi rostro, que estaba aún conmigo pero lo sentía frío y sudoroso. Me tranquilicé al notar que distinguía los colores y las formas que había a mí alrededor. Intente agarrar el rollo de papel higiénico que estaba al lado del cesto de ropa, pero al momento de tomarlo con mi mano, se escurrió entre mis dedos como si fuera yogurt. (Relojes, campanas. “Que buen tema”.) Me sorprendí por lo que le pasó al rollo, y volví a intentar tomarlo pero, pero, pero pasó de nuevo lo mismo…, se escurrió entre mis dedos. Grité profundamente indignado: “¡¡¿qué mierda te pasa rollo del orto?!!” y vi que estaba mucho más lejos de lo que yo creía. Refregué mis ojos para comprobar la distancia y ésta se hizo mucho más extensa. El rollo estaba ahora a dos leguas y se seguía alejando. Me resigné a perderlo, “después le digo al Teclas que el rollo se fue… lejos”. Me levanté con mucho esfuerzo para verme al espejo apoyándome en el lavamanos, una vez en esa posición, dirigí mi vista directamente a la imagen de mí en el vidrio. La imagen ésta no era yo, lo juro; porque tenía los ojos abiertos de par en par, guiñaba su ojo derecho a cada rato, abría la boca como si estuviera sorprendida o asustada, o tomando enormes bocanadas de aire para no ahogarse. Toque la nariz de la imagen, pero se doblo como si fuera de goma; extendí mi mano sobre todo el espejo, y ella (la imagen) se corrió para esquivarla y así seguir mirándome con esos ojos que ya me estaban asustando. “La puta madre” dije retrocediendo espantado, “tengo que salir de acá”; abrí la puerta del baño, el pasillo era ahora largísimo y al final, (“waaw”); se podía ver la computadora que estaba reproduciendo ya no lo de hace un rato, sino a Pink Floyd.
***
Me encontré solo, no había un alma en todo el departamento. No sé cuándo se habían ido todos, no sé cuando había llegado ahí. Estaban las botellas vacías, la computadora funcionaba con el monitor completamente muerto, por curiosidad levanté el tubo del teléfono, y solo escuche el silencio. Las persianas bajan reducían mi universo al perímetro que me circundaba, parecían una barrera infranqueable. Los cigarrillos habían sido abandonados a la mitad en sus ceniceros, las cartas de truco estaban todas en sus lugares de juego sobre la mesa. Miré algunas manos, creo que al Doctor le había tocado el ancho. Fui a inspeccionar el cuarto, “quizá hay alguien ahí”. Al asomar mi cabeza no divise a nadie, tuve temor de entrar porque no había luz en ese lugar, es decir; por más que encendiera la luz presionando el botón, no iba a encenderse nada, estaba quemada la bombita. Volví a la sala multifunción, me prendí un cigarro y me senté a escuchar a las cosas, acompañado por la cabeza del maniquí hermafrodita. Todo se volvió repleto de belleza, la luz era la adecuada, estaba percibiendo las esencias puras, el humo del cigarro danzaba por el aire tupido, lleno de espesor; que me abrazaba. (Era placer en el más alto grado, en el sentido más profundo, era como hacer el amor con alguien al cual se quiere con tanta profundidad, que solo degustar su cuerpo expresa y satisface todo lo que uno siente. Era la voz de esa mujer que salía por los parlantes de la computadora lo que me hacía sentir esas cosas tan intensas.) Le hice el amor a la música. Eso fue. Le hice el amor a la belleza de las cosas. Le hice el amor al lapso de tiempo en el cual fui más yo que nunca. El disco ya me hablaba con los últimos segundos de sus últimas frases y notas. Se estaba despidiendo, y su “chau”, fue el último latido de corazón al cuál le hizo reaccionar el tono chillón del teléfono. Me sobresalté de la silla y levanté el tubo con la bronca de que se haya acabado ese momento sin siquiera despedirse: “hola, ¿remiss?” me dijeron. Le respondí a la señora que me habló diciéndole que estaba equivocada: “esto no es una remisería, chau”. Tocaron el timbre, atendí y lo único que se escuchaba era a una persona gritando y que parecía estar haciéndolo desde la calle. “Tecla no está, salió no sé adonde, y se llevo la llave. Esperálo ahí en la puerta si querés, se habrá ido a comprar algo… ¿quién es?”.
***
¿Qué hora es? Recorro con mis manos los alrededores de mi cuerpo. Estoy sobre un colchón en el piso. A mi lado está Valeria. A mi derecha yace Nicolás que tiene su cabeza apoyada en la mesita de luz. Está todo oscuro y solo unos finísimos rayos de luz que se filtraban por la persiana permitían ver al ojo. El televisor estaba prendido. El Tecla duerme en su cama y al lado suyo está Flor. ¿”Cuándo llegaron estás chicas”? Hay mucha gente en el cuarto, gente que conozco y que no conozco. Me levanto y me doy un golpazo con el farol de luz colgante que seguía sin bombita. Siento una sensación de no saber qué paso afuera, quiero ver si está nublado, o si está despejado, si hay mucho sol; quiero saber si todo no ha desaparecido.
Por el color de los rayos de luz, parece que está despejado. Abro la persiana con mucho cuidado para no despertar a nadie y en el pequeño espacio que queda entre el marco de la ventana y la persiana, asome mis ojos, que quedaron segados por la claridad del día. Espero unos segundos para que pase la ceguera, y vuelvo a ver. Es muy tarde, deben ser fácilmente las dos. Está nublado, y por lo que muestra el aire, parece que hace calor. ¿Qué día es hoy? Algo me hace sentir que es fin de semana, un sábado…, me la juego. Algo llama mi atención, es la computadora que siguió encendida toda la noche. ¿Qué es? Uh, The Beatles, qué bueno. Es Abbey Road. Me pregunto cómo se verá mi rostro, me pregunto cómo es que estoy vivo aún, me pregunto qué es esta sensación de haber nacido de manera consciente, de recordar lo primero que vieron mis ojos, pero no lo ultimo antes de lo que ven hoy.

martes, 13 de mayo de 2008

El último hombre. El último traidor.

Salto de la ventana hacia el paraíso.
sigo los rastros del febo
anhelando que no se oculte.
Que me muestre su rostro sincero
y me acompañe con la gravedad.

Hombre perdido de la realidad,
hundido en la penumbra:
¿Qué te ha pasado?
Estás viejo del alma,
tus alas se rompieron.
¿Qué te ha ocurrido?
Miras el cielo azul de donde has caído
buscando las respuestas
a lo que te ha sucedido.
¡Qué! ¿Observas esa ventana?
Hombre,
en esa ventana el mundo es cruel
y despiadado.
en esa ventana
todo tiene precio.
No seas tonto,
no busques consuelo;
ni escarbes en el corazón del traidor
que en ti sin avisar apareció,
y que en los demás
sigue riendo.

No quieras ser más de lo que eres.
Arroja tu camuflaje hipócrita.
¿Acaso eres un vestido de cordero?
Hombre,
tu alma ennegrecida te saluda
en ese espejo sucio y manchado como vos.
Solo salta de la ventana hacia el paraíso
siguiendo los rayos del sol.

Yo puse interrogantes a mi vida
y la misma no supo darme respuestas.
Busque, aunque sea un grito tenue
que emanara de mi alma,
pero ya era tarde.
Intente recordar, pero fue en vano.
Solo salte de la ventana hacia el paraíso
Para buscar un oasis de "libertad"
lejos de la barbarie
y la miseria interior y social
En donde yo pueda bostezar.
Yo elegí un mal camino,
e ingerí cosas malas en mí.
Hombre, ¿ya aprendiste la lección?
La vida me dará su castigo,
por eso hoy que lloro, escribo
y me miro al espejo con emoción.
Solo salto de la ventana hacia el paraíso
siguiendo los rayos del sol
que por poco se ha hundido.
Luego: caer y caer,
me dije convencido.

Todo lo que fui,
todo lo que temo,
todo lo que tuve,
fue por mi primero.
Robusto el pecho,
hinchado, repleto.
Yo ya aprendí la lección
y ahogo el miedo eterno
en ésta, mi última oración.

Salto de la ventana hacia el paraíso.
sigo los rastros del febo
anhelando que no se oculte.
Que me muestre su rostro sincero.

Sobre la libertad.

La libertad, entendida en su dimensión social, no escapa de los cánones de tipificación al cual responden los individuos que la realizan. En este sentido, es una práctica socialmente realizable y racionalmente condicionada. Ahora bien, dado su condicionamiento, en su alcance extremo; la libertad no es aceptada, puesto que conspira contra los cánones que la forman. Por lo tanto esta libertad, entendida en su dimensión social, que se nos muestra como un objeto reducido y determinado; no es tal, o al menos no es la única forma.
La libertad es un término del lenguaje que, de acuerdo a cada estructura cultural, porta significados y esos significados son sus condiciones de posibilidad, su alcance causal. ¿Significa lo mismo ser libre en Francia, que ser libre en Nigeria?
Si bien la libertad en su dimensión social no es la única forma de hablar sobre ella, ¿existiría de no ser por la existencia de la realidad social, quiero decir: habría tal concepto? Es una pregunta que ataca al mismo corazón de la cuestión, porque se podría dar vuelta la pregunta: ¿existiría la realidad social de no existir la libertad? Por esto considero en primera instancia que la libertad es un concepto social, cuya naturaleza solo es concebible en tanto efectivizada como práctica por un individuo social que se desenvuelve en una realidad social.
Muchos dirían: la libertad es hacer lo que uno quiere, o poder pensar lo que se quiere, o; la libertad es no depender de nadie, o poder ir a todas partes, la libertad no es estar preso, ¿y la libertad no es la indefectible acción de hacer lo que uno quiere, o pensar lo que se quiera; o peder ir a todas partes, o querer no estar preso?
En estos límites, la libertad es muchas veces entendida coma la acción de elegir. Pero si es así, cada individuo esta obligado a actuar eligiendo. En consecuencia la libertad no es libertad, en el sentido de que la acción sea plenamente consciente y realizable a voluntad del sujeto, si no que es la obligación de elegir. Ese sería uno de los significados, pero es un significado que entra en tensión con los otros significados de la palabra, los significados vulgares. ¿Porque se nombra a la obligación de elegir con el nombre “libertad”, cuando ese nombre articula significados que no siempre responden a lo que nombra?
Los significados que enumeramos mas arriba demuestran que la libertad es solo concebible dentro de cánones sociales, y por eso es una práctica, o acción, o tarea; que solo es realizable en una realidad social. Se dijo, por ejemplo: “es hacer lo que uno quiere”. ¿Qué es hacer lo que uno quiere? Es, o bien no hacer siempre lo que uno tiene que hacer, o bien hacer lo que uno no puede hacer. ¿Y que es eso, sino lo que nuestras prácticas, nuestras tareas, no nos dejan hacer?
La libertad siempre es pensada en términos de prácticas sociales, de su no realización y de su penalización. Siempre, aunque que se haga lo que va completamente ajeno las prácticas sociales, ese hacer es una práctica social más. Basta solo con ser un “mendigo” para ya tener una práctica social que debe ser realizada. Entonces: o la libertad es la esperanza de hacer lo que no sea nuestras prácticas sociales, o es la realización de nuestras prácticas sociales.
El problema es si es posible siquiera imaginar el hacer lo que no sea nuestras prácticas sociales. Esto nos conduce a la arena de lo natural, es decir; a pensar al sujeto humano fuera del ámbito social. ¿En ese sentido, es posible ser libre en un ámbito tal? ¿Qué sería la libertad en dicho ámbito?
Si mantenemos lo dicho, y la libertad es la obligación de elegir, caemos en la cuenta de que hay una diferencia fundamental que se refiere al objeto de la elección. No es lo mismo elegir inmerso en una realidad social, a elegir en una realidad natural. Pero eso ¿afecta el significado mencionado de libertad?
A primera vista, en ambos ámbitos, la acción indefectible de elegir está presente. ¿Qué hay de los objetos de la elección? No son los mismos, no hay duda. Para buscar pistas podemos ir al sujeto que elige y ver si es el mismo en uno u otro ámbito. En primer lugar un sujeto pensado fuera de la realidad social ya no sería tal, sería un ente individual pensante. Y al no ser los mismos los objetos de la acción de elegir, el desenvolvimiento en lo que rodea es diferente. Por eso en un ámbito natural, la libertad ya nunca está siendo. La libertad carece de significados en dicho ámbito porque no están para ser realizadas las prácticas sociales que constituyen sus condiciones de posibilidad, y es en esas prácticas donde la libertad se realiza.
En consecuencia: la libertad, por ser un término del lenguaje y un concepto que pertenece a la representación de la realidad social, muestra que es una acción solamente realizable y existente en una realidad social establecida.
El ente individual pensante solo puede abarcar o entender un cierto conjunto de variables causales que son causa de sus acciones y un cierto conjunto de efectos, y eso es lo que llama “libertad”. Pero desconoce y le es completamente ajeno el conjunto infinito de variables causales que lo condicionan. ¿Pero debido a qué?
¿Cuál es la realización de la libertad? Las prácticas sociales que un sujeto social realiza en una realidad social. Ya dijimos que la no realización y la penalización juegan roles importantes en su realización efectiva. ¿Qué roles juega? De la no realización depende el hecho de ser libre. Si estamos obligados a ser libres, es decir; si no podemos ir en contra de la indefectible acción de elegir, entonces; si existiera la posibilidad de no actuar eligiendo ya no seriamos libres. En la realidad social se actúa eligiendo, pero no cualquier elección es considerada válida. Aquí entra en juego la penalización, que especifica los límites que tiene "el hecho indefectible de elegir" por parte de los sujetos sociales. La penalización es la moralización de acto de elegir, es la carga a nivel colectivo e individual, que porta cada sujeto en cada acción en la realidad social. En consecuencia, para ser libre, además de realizar efectivamente su acción de elegir, el sujeto social tiene que ser responsable de las elecciones. Esto es, la penalización con la que carga es tan densa que ninguna acción es libre de hacerse o no, porque dicha acción está, para ser realizada, implícita en una práctica con fines específicos. Por esto, la libertad es una práctica social que el sujeto realiza pero que, en tanto acción en sí, no controla plenamente. No es libre la acción en sí del sujeto, y tampoco la práctica que con esa acción se realiza.
Todas las acciones son prácticas sociales específicas que tienen, mas allá del sujeto; fines específicos. En la sociedad, los fines están implícitos, primero en las prácticas sociales y después en los sujetos que las realizan al elegirlas. Por eso es necesario que la responsabilidad sea la realización a nivel individual de la libertad.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Un poco de filosofía de martillo.

Nietzsche - Crepúsculo de los ídolos, "Los cuatro grandes errores". Cap. 8.

¿Cuál puede ser nuestra única doctrina? - Que al ser humano nadie le da sus propiedades, ni Dios, ni la sociedad, ni sus padres y antepasados, ni él mismo - el sinsentido de esta noción que aquí acabamos de rechazar ha sido enseñado como «libertad inteligible» por Kant, acaso ya también por Platón). Nadie es responsable de existir, de estar hecho de este o de aquel modo, de encontrarse en estas circunstancias, en este ambiente. La fatalidad de su ser no puede ser desligada de la fatalidad de todo lo que fue y será. El no es la consecuencia de una intención propia, de una voluntad, de una finalidad, con él no se hace el ensayo de alcanzar un «ideal de hombre» o un «ideal de felicidad» o un «ideal de moralidad», - es absurdo querer echar a rodar su ser hacia una finalidad cualquiera. Nosotros hemos inventado el concepto «finalidad»: en la realidad falta la finalidad... Se es necesario, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte del todo, se es en el todo, -no hay, nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues esto significaría juzgar, parar, condenar el todo... ¡Pero no hay nada fuera del todo! - Que no se haga ya responsable a nadie, que no sea lícito atribuir el modo de ser a una causa prima, que el mundo no sea una unidad ni como sensorium ni como «espíritu», sólo esto es la gran liberación - sólo con esto queda restablecida otra vez la inocencia del devenir... El concepto «Dios» ha sido has la gran objeción contra la existencia"... Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios: sólo así redimimos al mundo. -

viernes, 2 de mayo de 2008

Lo hay por fuera de la ventana de mi casa

Ésta es la historia. Salgo a la puerta de mi casa, llevando a los contenedores de basura 0 km. recientemente distribuidos por el Gobierno de la Ciudad mis bolsas de residuos. En una, lo reciclable: el diario viejo, la caja de algún juguete nuevo de mis hermanos, el empaque de la pizza que se pide por teléfono, el rollito del papel higiénico, revistas, papel en general, etc. Mi madre es puntillosa en esto, lo reciclable en su bolsa, lo orgánico en otra. Lo orgánico: las facturas de 3 o 4 días atrás, restos de guiso (se distingue el arroz con algo de salsa), chicles de mi hermana, cáscaras de banana, los tomates que a mi madre el verdulero le malvende diciéndole que están un "poquito maduritos, nomás", el bife duro de ayer que nadie se animó a comer por estar muy seco, etc.
En sí, todo bien mezclado. Lo común, lo normal, por ahora creo que no describo nada raro.

Levanto la tapa naranja de los reciclables (el frío aprieta mis pies enpantuflados; toda una elegancia se oculta detrás del uso del pijama) y suelto la bolsa. Levanto a continuación la tapa de los orgánicos. Alguien tiró algo indescriptiblemente maloliente en el contenedor. Suelto la bolsa, media vuelta para cruzar la calle, umbral y llave: casa. Entro en el papel de persona intramuros de nuevo, veo televisión, leo agún suplemento del diario que había leído antes. No serán las 6 de la tarde todavía.

Enfrente, adentro de la otra pantalla de televisión, afuera, hay un vagabundo, un clochard, un hombre. Tranquilo, enfundado en jirones de ropa bastante bien completos, mirando siempre adelante y abajo, alternando. Los pies con sandalias apenas, hinchados (les recuerdo el frío). Un changuito como para las compras, con un par de miles de kilómetros encima, aparte de varias pilas de cartón y papeles. Exterior, completamente ajeno, como esa otra Alina Reyes del puente de Budapest, en Lejana de Cortázar. Completamente no-yo.

A continuación, abriendo la tapa de los reciclables evalúa la situación de la oferta. Un palo de escoba sirve como herramienta exploradora. Saca varias cosas, deja otras (reconozco la caja de mi pizza). Ubica las adquisiciones en el chango. Mientras acomoda algunos diarios y revistas, algo retiene su atención: separa una revista del domingo y la apoya en el vértice del contenedor.
Abre la tapa del otro y examina nuevamente. Muchos vecinos se toman el trabajo de confundir sistemáticamente qué cosa va en cada contenedor. No por falta de información, ya que la leyenda que dice RECICLABLES/CARTÓN/PAPEL/VIDRIOS/PLÁSTICOS es bastante clara, por lo menos a mi entender.
Con el mismo palo de escoba revuelve hasta interesarse en algo: mi bolsa. Abre prolijamente un costado, desgarrando el plástico celeste, toma el envoltorio de la panadería donde compramos siempre facturas, el cual está bastante manchado de salsa, revisa y elige. Masticando, mira casi con timidez la revista de a momentos, alternando simultáneamente con el chango y el fondo del contenedor. Pasa un un par de páginas sin mucho interés, se detiene a leer alguna nota por encima.

Una nena pasa caminando con su mamá y se frena a mirarlo. Está hipnotizada, como todos los nenes. La madre, era de esperarse, tira de la mano de ella para que vuelva a arrancar; calculo que nunca supo porqué su hija se plantó unos segundos en la vereda, inmóvil.

Terminado de comer, el vagabundo de la ventana de mi casa revisa una vez más por las dudas. Toma la revista, la guarda en el chango y parte, supongo que en dirección a la protección de algún techo, porque el cielo está bastante nublado y el pronóstico ya habló de lluvia.

Y en mi casa maldicen el clima por no poder colgar la ropa limpia en la soga de la terraza.

miércoles, 23 de abril de 2008

Tres versiones de Judas - Borges

Para el sábado 26/04. Es una versión obtenida en internet. No me hago responsable de los errores.

Jorge Luis Borges
(1899–1986)

Tres versiones de Judas
(Artificios, 1944;
Ficciones, 1944)


There seemed a certainity in degradation.
T. E. Lawrence: Seven Pillars of Wisdom, ciii


En el Asia Menor o en Alejandría, en el segundo siglo de nuestra fe, cuando Basílides publicaba que el cosmos era una temeraria o malvada improvisación de ángeles deficientes, Niels Runeberg hubiera dirigido, con singular pasión intelectual, uno de los coventículos gnósticos. Dante le hubiera detinado, tal vez, un sepulcro de fuego; su nombre aumentaría los catálogos de heresiarcas menores, entre Satornilo y Carpócrates; algún fragmento de su prédicas, exonerado de injurias, perduraría en el apócrifo Liber adversus omnes haereses o habría perecido cuando el incendio de una bibilioteca monástica devoró el último ejemplar del Syntagma. En cambio, Dios le deparó el siglo veinte y la ciudad universitaria de Lund. Ahí, en 1904, publicó la primera edición de Kristus och Judas; ahí, en 1909, su libro capital Den hemlige Frälsaren. (Del último hay versión alemana, ejecutada en 1912 por Emili Schering; se llama Der heimliche Heiland.)
Antes de ensayar un examen de los precitados trabajos, urge repetir que Nils Runeberg, miembro de la Unión Evangélica Nacional, era hondamente religioso. En un cenáculo de París o aun en Buenos Aires, un literato podría muy bien redescubir las tesis de Runeberg; esas tesis, propuestas en un cenáculo, serían ligeros ejercicios inútiles de la negligencia o de la blasfemia. Para Runeberg, fueron la clave que descifra un misterio central de la teología; fueron materia de meditación y análisis, de controversia histórica y filológica, de soberbia, de júbilo y de terror. Justificaron y desbarataron su vida. Quienes recorran este artículo, deben asimismo considerar que no registra sino las conclusiones de Runeberg, no su dialéctica y sus pruebas. Alguien observará que la conclusión precedió sin duda a las “pruebas”. ¿Quién se resigna a buscar pruebas de algo no creído por él o cuya prédica no le importa?
La primera edición de Kristus och Judas lleva este categórico epígrafe, cuyo sentido, años después, monstruosamente dilataría el propio Nils Runeberg: No una cosa, todas las cosas que la tradición atribuye a Judas Iscariote son falsas (De Quincey, 1857). Precedido por algún alemán, De Quincey especuló que Judas entregó a Jesucristo para forzarlo a declarar su divinidad y a encender una vasta rebelión contra el yugo de Roma; Runeberg sugiere una vindicación de índole metafísica. Hábilmente, empieza por destacar la superfluidad del acto de Judas. Observa (como Robertson) que para identificar a un maestro que diariamente predicaba en la sinagoga y que obraba milagros ante concursos de miles de hombres, no se requiere la traición de un apostol. Ello, sin embargo, ocurrió. Suponer un error en la Escritura es intolerable; no menos tolerable es admitir un hecho casual en el más precioso acontecimiento de la historia del mundo. Ergo, la trición de Judas no fue casual; fue un hecho prefijado que tiene su lugar misterioso en la economía de la redención. Prosigue Runeberg: El Verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio, de la eternidad a la historia, de la dicha sin límites a la mutación y a la carne; para corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas Iscariote fye ese hombre. Judas, único entre los apóstoles intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito de Jesus. El Verbo se había rebajado a mortal; Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a delator (el peor delito que la infamia soporta) y ser huésped del fuego que no se apaga. El orden inferior es un espejo del orden superior; las formas de la tierra corresponden a las formas del cielo; las manchas de la piel son un mapa de las incorruptibles constelaciones; Judas refleja de algún modo a Jesús. De ahí los treinta dineros y el beso; de ahí la muerte voluntaria, para merecer aun más la Reprobación. Así dilucidó Nils Runeberg el enigma de Judas.
Los teólogos de todas las confesiones lo refutaron. Lars Peter Engström lo acusó de ignorar, o de preterir, la unión hipostática; Axel Borelius, de renovar la herejía de los docetas, que negaron la humanidad de Jesus; el acerado obispo de Lund, de contradecir el tercer versículo del capítulo 22 del Evangelio de San Lucas.
Estos variados anatemas influyeron en Runeberg, que parcialmente reescribió el reprobado libro y modificó su doctrina. Abandonó a sus adversarios el terreno teológico y propuso oblicuas razones de orden moral. Admitió que Jesús, «que disponía de los considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer», no necesitaba de un hombre para redimir a todos los hombres. Rebatió, luego, a quienes afirman que nada sabemos del inexplicable traidor; sabemos, dijo, que fue uno de los apóstoles, uno de los elegidos para anunciar el reino de los cielos, para sanar enfermos, para limpiar leprosos, para resucitar muertos y para echar fuera demonios (Mateo 10: 7­8; Lucas 9: 1). Un varón a quien ha distinguido así el Redentor merece de nosotros la mejor interpretación de sus actos. Imputar su crimen a la codicia (como lo han hecho algunos, alegando a Juan 12: 6) es resignarse al móvil más torpe. Nils Runeberg propone el móvil contrario: un hiperbólico y hasta ilimitado ascetismo. El asceta, para mayor gloria de Dios, envilece y mortifica la carne; Judas hizo lo propio con el espíritu. Renunció al honor, al bien, a la paz, al reino de los cielos, como otros, menos heroicamente, al placer.[1] Premeditó con lucidez terrible sus culpas. En el adulterio suelen participar la ternura y la abnegación; en el homicidio, el coraje; en las profanaciones y la blasfemia, cierto fulgor satánico. Judas eligió aquellas culpas no visitadas por ninguna virtud: el abuso de confianza (Juan 12: 6) y la delación. Obró con gigantesca humildad, se creyó indigno de ser bueno. Pablo ha escrito: El que se gloria, gloríese en el Señor (I Corintios 1: 31); Judas buscó el Infierno, porque la dicha del Señor le bastaba. Pensó que la felicidad, como el bien, es un atributo divino y que no deben usurparlo los hombres.[2]
Muchos han descubierto, post factum, que en los justificables comienzos de Runeberg está su extravagante fin y que Den hemlige Frälsaren es una mera perversión o exasperación de Kristus och Judas. A fines de 1907, Runeberg terminó y revisó el texto manuscrito; casi dos años transcurrieron sin que lo entregara a la imprenta. En octubre de 1909, el libro apareció con un prólogo (tibio hasta lo enigmático) del hebraísta dinamarqués Erik Erfjord y con este pérfido epígrafe: En el mundo estaba y el mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció (Juan 1: 10). El argumento general no es complejo, si bien la conclusión es monstruosa. Dios, arguye Nils Runeberg, se rebajó a ser hombre para la redención del género humano; cabe conjeturar que fue perfecto el sacrificio obrado por él, no invalidado o atenuado por omisiones. Limitar lo que padeció a la agonía de una tarde en la cruz es blasfematorio.[3] Afirmar que fue hombre y que fue incapaz de pecado encierra contradicción; los atributos de impeccabilitas y de humanitas no son compatibles. Kemnitz admite que el Redentor pudo sentir fatiga, frío, turbación, hambre y sed; también cabe admitir que pudo pecar y perderse. El famoso texto Brotará como raíz de tierra sedienta; no hay buen parecer en él, ni hermosura; despreciado y el último de los hombres; varón de dolores, experimentado en quebrantos (Isaías 53: 2­3), es para muchos una previsión del crucificado, en la hora de su muerte; para algunos (verbigracia, Hans Lassen Martensen), una refutación de la hermosura que el consenso vulgar atribuye a Cristo; para Runeberg, la puntual profecía no de un momento sino de todo el atroz porvenir, en el tiempo y en la eternidad, del Verbo hecho carne. Dios totalmente se hizo hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue judas.
En vano propusieron esa revelación las librerías de Estocolmo y de Lund. Los incrédulos la consideraron, a priori, un insípido y laborioso juego teológico; los teólogos la desdeñaron. Runeberg intuyó en esa indiferencia ecuménica una casi milagrosa confirmación. Dios ordenaba esa indiferencia; Dios no quería que se propalara en la tierra Su terrible secreto. Runeberg comprendió que no era llegada la hora: Sintió que estaban convergiendo sobre él antiguas maldiciones divinas; recordó a Elías y a Moisés, ,que en la montaña se taparon la cara para no ver a Dios; a Isaías, que se aterró cuando sus ojos vieron a Aquel cuya gloria llena la tierra; a Saúl, cuyos ojos quedaron ciegos en el camino de Damasco; al rabino Simeón ben Azaí, que vio el Paraíso y murió; al famoso hechicero Juan de Viterbo, que enloqueció cuando pudo ver a la Trinidad; a los Midrashim, que abominan de los impíos que pronuncian el Shem Hamephorash, el Secreto Nombre de Dios. ¿No era él, acaso, culpable de ese crimen oscuro? ¿No sería ésa la blasfemia contra el Espíritu, la que no será perdonada (Mateo 12: 31)? Valerio Sorano murió por haber divulgado el oculto nombre de Roma; ¿qué infinito castigo sería el suyo, por haber descubierto y divulgado el horrible nombre de Dios?
Ebrio de insomnio y de vertiginosa dialéctica, Nils Runeberg erró por las calles de Malmö, rogando a voces que le fuera deparada la gracia de compartir con el Redentor el Infierno.
Murió de la rotura de un aneurisma, el primero de marzo de 1912. Los heresiólogos tal vez lo recordarán; agregó al concepto del Hijo, que parecía agotado, las complejidades del mal y del infortunio.

1944


[1] Borelius interroga con burla: ¿Por qué no renunció a renunciar? ¿Porqué no a renunciar a renunciar?.

[2] Euclydes da Cunha, en un libro ignorado por Runeberg, anota que para el heresiarca de Canudos, Antonio Conselheiro, la virtud «era una casi impiedad». El lector argentino recordará pasajes análogos en la obra de Almafuerte. Runeberg publicó, en la hoja simbólica Sju insegel, un asiduo poema descriptivo, El agua secreta; las primeras estrofas narran los hechos de un tumultuoso día; las úttimas, el hallazgo de un estanque glacial; el poeta sugiere que la perduración de esa agua silenciosa corrige nuestra inútil violencia y de algún modo la permite y la absuelve. El poema concluye así: El agua de la selva es feliz; podemos ser malvados y dolorosos.

[3] ­Maurice Abramowicz observa: “Jésus, d'aprés ce scandinave, a toujours le beau rôle; ses déboires, grâce à la science des typographes, jouissent d'une réputabon polyglotte; sa résidence de trente­trois ans parmi les humains ne fut en somme, qu'une villégiature”. Erfjord, en el tercer apéndice de la Christelige Dogmatik refuta ese pasaje. Anota que la crucifixión de Dios no ha cesado, porque lo acontecido una sola vez en el tiempo se repite sin tregua en la eternidad. Judas, ahora, sigue cobrando las monedas de plata; sigue besando a Jesucristo; sigue arrojando las monedas de plata en el templo; sigue anudando el lazo de la cuerda en el campo de sangre. (Erlord, para justificar esa afirmación, invoca el último capítulo del primer tomo de la Vindicación de la eternidad, de Jaromir Hladík).