viernes, 2 de mayo de 2008

Lo hay por fuera de la ventana de mi casa

Ésta es la historia. Salgo a la puerta de mi casa, llevando a los contenedores de basura 0 km. recientemente distribuidos por el Gobierno de la Ciudad mis bolsas de residuos. En una, lo reciclable: el diario viejo, la caja de algún juguete nuevo de mis hermanos, el empaque de la pizza que se pide por teléfono, el rollito del papel higiénico, revistas, papel en general, etc. Mi madre es puntillosa en esto, lo reciclable en su bolsa, lo orgánico en otra. Lo orgánico: las facturas de 3 o 4 días atrás, restos de guiso (se distingue el arroz con algo de salsa), chicles de mi hermana, cáscaras de banana, los tomates que a mi madre el verdulero le malvende diciéndole que están un "poquito maduritos, nomás", el bife duro de ayer que nadie se animó a comer por estar muy seco, etc.
En sí, todo bien mezclado. Lo común, lo normal, por ahora creo que no describo nada raro.

Levanto la tapa naranja de los reciclables (el frío aprieta mis pies enpantuflados; toda una elegancia se oculta detrás del uso del pijama) y suelto la bolsa. Levanto a continuación la tapa de los orgánicos. Alguien tiró algo indescriptiblemente maloliente en el contenedor. Suelto la bolsa, media vuelta para cruzar la calle, umbral y llave: casa. Entro en el papel de persona intramuros de nuevo, veo televisión, leo agún suplemento del diario que había leído antes. No serán las 6 de la tarde todavía.

Enfrente, adentro de la otra pantalla de televisión, afuera, hay un vagabundo, un clochard, un hombre. Tranquilo, enfundado en jirones de ropa bastante bien completos, mirando siempre adelante y abajo, alternando. Los pies con sandalias apenas, hinchados (les recuerdo el frío). Un changuito como para las compras, con un par de miles de kilómetros encima, aparte de varias pilas de cartón y papeles. Exterior, completamente ajeno, como esa otra Alina Reyes del puente de Budapest, en Lejana de Cortázar. Completamente no-yo.

A continuación, abriendo la tapa de los reciclables evalúa la situación de la oferta. Un palo de escoba sirve como herramienta exploradora. Saca varias cosas, deja otras (reconozco la caja de mi pizza). Ubica las adquisiciones en el chango. Mientras acomoda algunos diarios y revistas, algo retiene su atención: separa una revista del domingo y la apoya en el vértice del contenedor.
Abre la tapa del otro y examina nuevamente. Muchos vecinos se toman el trabajo de confundir sistemáticamente qué cosa va en cada contenedor. No por falta de información, ya que la leyenda que dice RECICLABLES/CARTÓN/PAPEL/VIDRIOS/PLÁSTICOS es bastante clara, por lo menos a mi entender.
Con el mismo palo de escoba revuelve hasta interesarse en algo: mi bolsa. Abre prolijamente un costado, desgarrando el plástico celeste, toma el envoltorio de la panadería donde compramos siempre facturas, el cual está bastante manchado de salsa, revisa y elige. Masticando, mira casi con timidez la revista de a momentos, alternando simultáneamente con el chango y el fondo del contenedor. Pasa un un par de páginas sin mucho interés, se detiene a leer alguna nota por encima.

Una nena pasa caminando con su mamá y se frena a mirarlo. Está hipnotizada, como todos los nenes. La madre, era de esperarse, tira de la mano de ella para que vuelva a arrancar; calculo que nunca supo porqué su hija se plantó unos segundos en la vereda, inmóvil.

Terminado de comer, el vagabundo de la ventana de mi casa revisa una vez más por las dudas. Toma la revista, la guarda en el chango y parte, supongo que en dirección a la protección de algún techo, porque el cielo está bastante nublado y el pronóstico ya habló de lluvia.

Y en mi casa maldicen el clima por no poder colgar la ropa limpia en la soga de la terraza.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sebas, uf... algún día voy a dar mis aportes a este tema y muchos otros...

Besos al grupo

Sofi - de Puán.